Tienen entre 40 y 90 años. Buscando ayudar a quienes más lo necesitan, crearon un espacio de encuentro que a muchas les cambió la vida.
La primera vez que Jovita tejió, lo hizo con agujas de alambre que su papá le había fabricado para que hiciese abrigos con los vellones que las ovejas vecinas enganchaban sin querer en los cercos de púa, y que ella juntaba a la hora de las siestas de otoño y guardaba como tesoros. El recuerdo llega desde Angol, Chile, y recorre casi siete décadas para ser compartido como un pan de memoria, en una mesa de mujeres que cada miércoles se reúnen en la capilla Espíritu Santo, del barrio Don Bosco II, a tejer chalecos, escarpines y mantitas para bebés recién nacidos que los necesiten, pero también a contarse sus pequeños triunfos o derrotas cotidianas, a poner en pausa la soledad con la que muchas de ellas conviven.
Son cerca de una docena de mujeres. La más joven es Corina, tiene 40 años y aprendió a tejer ahí bajo la mirada paciente y amable de sus compañeras y ahora ya puede sola con una pecherita. Pero también está Dora, de 87, que teje desde los 9, cuando se hizo su primer saco en punto arroz. A veces vienen más, depende de varios factores: si el día no está muy feo, si alguna está enferma, o tuvo que viajar o recibió visitas de algún familiar, porque lo real es que las ganas de encontrarse siempre están presentes y tejer es lo que más disfrutan.
–¿Qué es tejer para ustedes?
–Placer –grita Rosa ¿O es Graciela? Todas asienten sonriendo entre el griterío y las risas y esa palabra tan importante.
Una buena idea
La propuesta la trajo Miguelina Orlando y se fue difundiendo muy rápido a través del boca en boca, primero entre las miembros de la comunidad eclesiástica, pero enseguida entre las señoras del barrio.
Miguelina estaba con ganas de hacer algo por los demás, pero no sabía muy bien qué. También había estado buscando grupos de tejido, pero ninguno la terminaba de convencer. De pronto, a su hijo lo tuvieron que operar de una apendicitis y eso la acercó a la iglesia. “Cuando era más chica solía ir siempre a misa, pero estaba desencontrada. Esta situación me devolvió a la Iglesia y de alguna forma siento que Dios me inspiró”.
A los días, le llevó la propuesta al padre Pablo. Convocar a mujeres que quieran juntarse a tejer cosas sencillas y prácticas para los bebés recién nacidos. Un abrigo para un nuevo corazón, pero también para que una mamá sienta que no está sola. El padre Pablo enseguida puso a disposición el espacio y el 7 de agosto de este año, el día de San Cayetano, se puso en marcha el Taller de Tejido Espíritu Solidario.
Desde que el taller funciona, Miguelina y sus amigas entregaron más de 40 chalecos, 12 mantitas, y un sinnúmero de escarpines, tanto al sector de neonatología del Hospital Provincial Castro Rendón de nuestra ciudad, como a la maternidad del Hospital de Bariloche y se encuentran preparando una próxima entrega que al parece rumbea para la cordillera neuquina.
“Lo más lindo es ver los con el chaleco puesto, es sumamente gratificante”, dice Miguelina y todas vuelven a asentir. Hay un entusiasmo profundo en el hacer, hay una espera a que llegue el miércoles a las 18hs para juntarse a tejer, pero también esas mujeres encuentran allí eso mismo que sucede sin que lo hayan planificado: la belleza de lo colectivo, encontrarte en las palabras de otra.
Tejer la memoria
“Miguelina es el motor de todo esto, nosotras somos la contraparte”, dice una de ellas. Y es que no sólo se encarga de entusiasmarlas, empujarlas, incentivarlas, sino que también es la que las pasa a buscar cuando lo necesitan para que ninguna se quede afuera, la que las escucha en cada inquietud, la que las contiene. No está sola en eso, hay otras mujeres también más jóvenes como Silvi, Corina, Silvia que están al servicio de sus pares. Porque si hay algo que comprendieron todas desde un principio, apenas empezaron a entrelazar sus agujas y sus historias, es que ese espacio es mucho más: es compañía, es refugio, es el abrigo que ellas mismas se generando buscando abrigar a otros.
“Hay mucha gente grande que está sola”, dice Dora.
“Compartimos todo lo lindo que nos regala este momento. A nuestra edad es muy importante poder salir del encierro, poder salir de la soledad, pero también esto nos ayuda a trabajar la memoria”, dice Graciela.
La memoria como un proceso vital para almacenar la información y no perder funciones, pero también la memoria como el latido de una identidad.
“Mi hija enseñaba crochet. Cuando murió, yo tenía todo ese material en casa sin saber que iba a hacer con todo eso. Tengo 8 hijos, pero quise ayudar a otras personas y utilicé esos materiales tejiendo para un hospital. Ahora este espacio me permite salir de casa, encontrarme con ellas”, dice Rosalía emocionada. Pero es Coca quien a los minutos cierra el círculo: “Yo lo primero que tejí fue una puntilla a crochet”, me enseñó la hija de ella, dice señalando a Rosalía con orgullo.
Salir del encierro, entrelazar las propias historias con otras, empujar el mismo carro solidario. “Sí, acá definitivamente estamos más cerca de Dios. Acá se comparte la vida”.
La voluntad de Dios
–Un aplauso para Lali que terminó la carpeta –grita Silvi, y todas aplauden, mientras inicia la ronda de mate y una saca de la cartera un budín Don Satur.
Es una sala amplia y cálida, sin ningún tipo de lujo. No lo necesitan, el brillo está en otro lado. Hay una cruz grande en la pared y una imagen de Jesús sonriendo sobre un mantel de puntilla.
Una de las señoras que colabora con el padre Pablo, cuenta que la gente de la comunidad fue creciendo, armando su familia y que no siempre es fácil que estén participando en las actividades de la Iglesia. Dice que ésta también es una oportunidad importante para volver a encontrarse, que Miguelina es un angelito que les mandó Jesús.
Para quienes quieran sumarse a ayudar a este grupo de mujeres, pueden encontrarlas todos los miércoles de 18 a 19.30 en la capilla de Aconcagua y Petquía. Las chicas dicen que siempre se necesitan manos tejedoras, pero también son bienvenidas la lana o el dinero para comprarla.
“Hay mucho más en el tejer, que es el contacto con la lana. La lana se entrelaza, es red, es abrigo, es un abrazo, es la ternura. Quizá por eso a partir de la lana nos encontramos y tejimos este espacio. Porque lo más importante…”, dice Miguelina mientras señala a las mujeres que se miran a los ojos, con aguja en mano, la lana sobre el regazo y la sonrisa firme, “lo más importante es esto”.
Hay muchas formas de encontrarse con Dios, estas mujeres eligieron el camino del hacer.
Hay un fragmento de la Biblia que dice, en Éxodo 35: “Y todas las mujeres hábiles hilaron con sus manos, y trajeron lo que habían hilado, de tela azul, púrpura, escarlata y lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las llenó de habilidad, hilaron pelo de cabra”, pero también el Salmo 139:13–16 enuncia: “(...) Maravillosas son Tus obras, y mi alma lo sabe muy bien; No estaba oculto de Ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado y entretejido en las profundidades de la tierra (…)”.
Quizá de eso se trate: de un grupo de mujeres hábiles, al servicio de las vidas más frágiles, que entretejen fe con memoria, en el afán de no rendirse ni ante la soledad, ni ante el olvido, ni ante el dolor del mundo.
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