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Dejó su profesión, recorrió más de 35 países y hoy se dedica a las sanaciones holísticas

La increíble historia de Jacqueline Fabi, especialista en detox, las limpiezas hepáticas y otras terapias para ganar calidad de vida.

“En la detox anterior dejé de fumar después de 20 años”, cuenta una de las participantes del grupo de Whatsapp. Otra mujer, más tarde dirá que recuperó el olfato luego de haberlo perdido por el COVID. Cada experiencia es muy distinta porque las búsquedas lo son. Algunas personas están ahí porque quieren aprender a alimentarse mejor, otras porque implica una pausa en vidas que exigen la salud al máximo, muchas otras prefieren no compartir su historia y llevar el proceso en silencio. En cada relato que aparece o no aparece en el grupo, hay una individualidad que está transformando su vida cotidiana: desde la incomodidad, la voluntad y la alegría. Todo eso sucede en el grupo detox de primavera de Sanho, el espacio de nutrición consciente holística y otras tantas cosas más que creó hace algunos años Jacqueline Fabi, una joven profesional nacida en Alto Valle, junto a su pareja, Nicolás Perlín.

Para llegar a guiar a ese grupo de personas de todo el mundo que están haciendo un proceso de detox y comparten el objetivo en común de lograr un mayor bienestar para sus vidas, Jacqueline recorrió un largo camino que en empezó en 2008, en La Plata, cuando trabajaba en gestión pública. Estaba terminando la licenciatura en Comunicación Social en la UNLP, trabajaba como asesora de uno de los ministerios más complejos de la provincia de Buenos Aires, daba clases en la facultad y entrenaba todos los días. Dice que llevaba la vida “exitosa y productiva” que cualquier joven profesional querría tener, sin embargo no era feliz, por el contrario la atravesaba una angustia permanente. Un día se dijo: “necesito tomarme unas vacaciones”.

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Para entonces, viajar era algo que había imaginado sólo en su infancia, cuando jugaba en Roca a recorrer el mundo. Siempre decía con una seguridad irrefutable que quería ir a Canadá y a Australia, aunque ni siquiera sabía dónde estaban en el mapa. Pero su mamá, que siempre la escuchaba tan entusiasmada, decidió hacerles la ciudadanía italiana a ella y su hermana y ponerles a disposición esa herramienta que tantas puertas abre a la hora de moverse.

Una aventura y la transformación

Decidió usar el mes libre que tenía entre su contrato y la renovación, convenció a una amiga que la acompañe, sacaron un pasaje en colectivo de ida con destino a Brasil, llegaron a juntar 50 dólares y una mochila llena de totoras para hacer binchas y flores y vender en la playa, y se lanzaron a la aventura. Dice Jacqueline: “¿Cómo pasas de trabajar mil horas a ser una hippie en la playa? Es la pregunta que muchos me hacían. Pero para mí fue un viaje de ida, me encontré con mí ser creativo. Había estado anclada a lo productivo, a la militancia, a lo académico y me encontré con la fe. Mi mamá me decía que le daba miedo y yo le decía: yo también tengo miedo, pero quiero vivir desde mis sueños, no desde mis miedos”.

Unos meses después, volvió con la idea de irse. Se recibió de Licenciada en Comunicación social, trabajó full time, cerró la casa y se fue con la idea de viajar por un año, que se convirtieron en nueve. Durante ese tiempo visitó más de 35 países y todos los continentes. Se sentía cómoda moviéndose. Seis meses trabajaba y los otros seis se formaba en terapias alternativas, alimentación, espiritualidad: todo lo que siempre le había gustado. Las binchas que vendía en Brasil se terminaron convirtiendo en una marca de ropa que diseñaba y confeccionaba con telas que compraba en India y que luego vendía por el mundo.

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Aunque en el viaje y en la vida siempre la había acompañado la alimentación saludable desde que le detectaron colesterol alto y se negó a medicarse; con los años descubrió que su abuela paterna fue siempre una “brujita de las plantas” y empezó a verlo como una posibilidad de oficio en Australia cuando conoció a una persona que hacía terapias depurativas. Entonces se fue a vivir a Bellbunya, una comunidad sustentable intencional en Queesland. “Esa experiencia me voló la cabeza, puede ir integrando los saberes que ya traía, pero sobre todo supe que me iba a dedicar de lleno a eso”, explica.

Poner el cuerpo

A partir de entonces Jacqueline comenzó un proceso que no sólo implicó nutrirse de nuevas herramientas, sino de poner el cuerpo en esa búsqueda. Todo lo que aprendió, antes lo pasó por su cuerpo físico y su cuerpo emocional. El camino fue intenso: se formó con Aris Latham, un referente jamaiquino del crudivegano; hizo un posgrado en Coaching Primordial con Daniel Taroppio; en Costa Rica empezó un voluntariado de Limpieza Hepática en el Espacio Depurativo de Néstor Palmetti y se formó en la escuela internacional de Juan Pablo Barahona; realizó el Posgrado de Fitomedicina en la UBA con el Dr. Jorge Alonso; estudió para ser terapeuta hidrocolónica en la Asociación para la Hidroterapia de colon de Región Sur; además de no descuidar la parte espiritual siempre en crecimiento, donde tiene el tercer nivel de Registro Akashicos y es canalizadora.

Costa Rica fue muy importante. En lo de Palmetti, conoció a Nicolás: “Fue una amor con mucha misión desde el principio”, dice. Enseguida fundaron Agua de Pipa, una marca de alimentación sana y terapias alternativas, con el que trabajaron con maestros del yoga internacional. Pero sobre todo, encontraron un amor que años más tarde trajo a Naro a sus vidas y con él la decisión de volver a Argentina, al Valle (Naro nació en el Hospital Heller de Neuquén), a casa, con una vida que habían elegido ambos.

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Muy pronto, Agua de Pipa se transformó en Sanho, la versión argentina del proyecto y que explica cómo una “conjugación de sanación holística, un espacio interdisciplinario en el que trabajan con médicos, psicólogos, psiquiatras, canalizadores. Pero sobre todo, como un espacio que busca crear herramientas tangibles o intangibles que ayuden a crear calidad de vida, salud física, emocional, espiritual; que apuesta a la soberanía de la salud integral”. Y al que también entiende como parte de un grupo cada vez más grande de personas, terapeutas, profesionales de la salud que están parándose en la transformación de un paradigma que se aceleró en la pandemia, donde prevalece el volver a la raíz, a lo primitivo, al eje interno, el poder conectar con el corazón, donde lo sostenible se priorice al placer de lo efímero.

Hoy atienden 100% online a personas de todo el mundo, tanto en inglés como en español y trabajan en creación de productos de plantas medicinales, hongos adaptógeneos y diferentes herramientas que los ayudan en los procesos.

“Siento que está el trabajo que uno intenta hacer como servicio acompañando a la gente a construir mayor calidad de vida para esa persona y para su entorno, porque esto se trata de multiplicador. Pero también esto nos hace pensar que hay un poco de una deuda del estado, o de los estados, que tiene que ver con ayudar a fomentar políticas públicas que trabajen sobre los hábitos saludables, políticas de alimentación más sana, que permitan avanzar en el abc de la salud. La clave está en la calidad de vida sin que eso sea elitista. El desafío está en volver a las raíces sin que sea caro. Una de las plantas más importantes para limpiar riñones o el hígado son yuyos que crecen en el patio, como el Diente de León o la Hortiga. Aquellas personas que tienen el privilegio de trabajar sobre su salud integral, tiene la responsabilidad de llevar esos conocimiento a los lugares donde circulen”, dice.

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Detox grupales, limpiezas hepáticas o acompañamientos individuales son algunas de las opciones que ofrecen Jacqueline y Nicolás para fomentar la construcción de hábitos saludables y herramientas que permitan transformar el cotidiano para alcanzar la salud integral del cuerpo mental y cuerpo emocional, que permita comprender que se puede conquistar una soberanía de la salud.

"La detox no es mucha ciencia"

“Hipócrates decía que no hay mejor medicina que lo que ingerimos día a día, que el alimento es la medicina. Nosotros no trabajamos con ninguna herramienta mágica, sino que buscamos volver a lo real, a bajar un poco el ritmo, a conectar con lo que me hace bien, a priorizarme. Las terapias depurativas permiten atravesar la incomodidad para generar un nuevo orden. Estamos acostumbrados a naturalizar ciertas formas de dolor: dolor de cabeza, acidez, constipación. Nos acostumbramos a vivir con malestar. Tapamos la sintomatología automedicándonos. Ni siquiera acudimos a la medicina tradicional. Esa vida nos empieza a desconectar y después es cada vez más difícil desenredar el ovillo. La Detox no es mucha ciencia: es dejar por unos días los alimentos industrializados, para volver a las frutas y las verduras. Nosotros no tenemos las respuestas, acompañamos a que encuentren sus propias respuestas”, explica.

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“Somos lo que comemos”, dice una frase por ahí. Cíclica y feroz, nuestra historia se volvió tristemente para muchos en: comemos lo que podemos y si podemos. El poder mirarnos, el poder hacer una pausa para comprender que el alimento cotidiano puede ser envión para transformar nuestras vidas, es un privilegio, pero también una oportunidad maravillosa y que como tal muy rápido se contagia.

Será momento de involucrarnos con procesos de cambio individual para transformar los entornos con mensajes claros que muestren que hay pequeñas conquistas posibles y que valen la pena internarlas. Será también momento de transformar el mundo para que todos podamos adquirir la soberanía en la salud, para erradicar las desigualdades. Pero también el de transformar nuestros hábitos, para que cuando eso suceda, nunca más nos vuelva a ganar ninguna industria de la enfermedad. En definitiva, se trata de comprender que lo que nos hace bien, es volver a la tierra, a la raíz, a confiar en el corazón, a la alegría de lo sencillo.

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