Joaquín Berrud es el presidente de la Federación Universitaria del Comahue en el momento más crítico de la universidad pública. Su historia, carisma y solidez lo convierten en el cuadro político de mayor proyección en la región.
La primera vez que Joaquín Berrud habló frente a un aula repleta fue por un imprevisto que supo convertir en oportunidad. Ya le había pasado con otros hechos importantes en la vida, como el día en que logró arreglar solo un tractor: ya estaba en la chacra cuando Julio lo llamó para avisar que no iba a llegar, que lo resolviera él. Y aunque le temblaban las manos adolescentes, lo logró. Esta vez, sin embargo, el llamado fue de un compañero de militancia. Habían quedado en pasar por primera vez por las aulas a saludar a los ingresantes a primer año de Psicología, pero también a presentarse como una nueva agrupación. “No voy a poder llegar”, dijo su amigo. Joaquín, que estaba trabajando en el taller mecánico, no lo dudó, dejó lo que estaba haciendo y salió corriendo a la facultad.
De mameluco y con las manos engrasadas entró al aula. De repente, todos lo estaban mirando, se sintió muy inhibido, le temblaban las piernas, pero enseguida entendió que ese también era un desafío. Y entonces habló: sobre la crueldad del individualismo, sobre la necesidad de romper con la lógica de competir con el de al lado, sobre el concepto de carrera universitaria donde pareciera que lo importante es quién termina primero. “El día de mañana, cuando egresemos y tengamos el título bajo el brazo, ojalá podamos mirar al costado y que estén nuestros compañeros y compañeras con las que iniciamos primer año. Frente a un ingreso individual, les proponemos un egreso colectivo”, dijo con convicción.
Aunque ninguna de esas palabras estaban planificados, se convirtieron no sólo en la consigna de Aluvión, la agrupación que Joaquín y sus compañeros fundaron desde cero, sino en una forma real de organizarse. Porque si algo habían tenido muy claro cuando comenzaron a juntarse para armar algo, fue que el mayor problema era la gran deserción de las aulas, o como ellos prefieren decirle, la expulsión de la universidad.
Un tiempo después de ese primer discurso, se convirtió en el presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Psicología y desde entonces Aluvión se impuso en cada elección. El 11 de mayo de este año, el más difícil para la universidad pública ante el desfinanciamiento del gobierno nacional, sus compañeros lo eligieron por amplia mayoría, 94 a 26, presidente de la Federación Universitaria del Comahue (FUC), el organismo que nuclea a todos los centros de estudiantes de las diferentes facultades. Llegar hasta ahí no fue tarea fácil, por el contrario, fue un camino arduo que se convirtió en su escuela y en el pulso de su vida.
Escuela de vida
Joaquín tiene 30 años, es nacido y criado en Cipolletti, estudia psicología y trabaja en un taller mecánico, oficio que aprendió desde muy chico y que hasta hoy le permite costearse la universidad y vivir.
Todo empezó cuando cumplió 14 años, Lucho, su vecino de toda la vida, pero con el que no eran amigos, lo invitó a tomar unos mates al taller. “¿Cuándo vas a venir a trabajar acá?”, le dijo en chiste. Pero Joaquín lo tomó muy en serio y a los pocos días volvió decidido a empezar. Lucho y su papá, Julio, no lo podían creer. Le propusieron que fuera a trabajar ahí durante las vacaciones de verano. El primero tiempo lavó piezas, colaboró en lo rutinario. Pero cuando terminó esa experiencia, Joaquín siguió yendo a tomar mate, a mirar y a ayudar ad honorem para aprender más y más. Sellaron una amistad. Julio era un tipo de campo y le enseñó a trabajar con animales, a criar, a carnear. Joaquín dice que tenía una metodología muy particular que te impulsaba a arreglártelas solo ante las coyunturas difíciles. Eso también fue parte de su aprenizaje. Cuando terminó la secundaria, empezó a trabajar formalmente en el taller y no se fue nunca más. El primer vehículo que arregló él solo fue un tractor. Y a los 20, ya podía desarmar por su cuenta un motor.
En paralelo, su otra escuela fue siempre la política. Siendo aún un niño, vivo como protagonista el 2001 y su entramado previo. Su mamá y su papá son docentes comprometidos con la realidad de la educación pública: pudo mirar de cerca la importancia que tiene lo político en la vida de las personas. Pero cuando en 2010 murió Néstor Kirchner, Joaquín lo vivió como un verdadero punto de inflexión: sintió la orfandad, sintió que algo en el plano de la certeza que había desaparecido. Y como toda una generación, él también empezó a militar.
Su primera experiencia fue en Descamisados, una organización nacional vinculada al kirchnerismo y de fuerte trabajo territorial. Joaquín se comprometió al 100, pero pronto empezó a detectar manejos que no le gustaban, sobre todo el poco espacio que había para la juventud y algunas alianzas políticas locales que lo desmoralizaban. Dio la discusión para intentar cambiar algo, pero terminó yéndose. Se dedicó, en cambio, a construir una agrupación independiente en la secundaria con la que ganaron el centro de estudiantes de la Escuela 17. Pero la efervescencia fue diluyéndose.
Cuando terminó la secundaria, además de trabajar en el taller, empezó a estudiar Psicología. Le costó mucho vincularse con compañeros, tenía sólo una amiga con la que se juntaba a estudiar. Era un tiempo de crisis en su casa, las cosas entre sus papás no estaban bien y Joaquín empezó a sumar horas de trabajo para poder independizarse. Perdió la cursada de Psicología General, que era la materia troncal de la carrera y con eso, la posibilidad de continuar con los compañeros con los que había empezado. Y al poco tiempo, dejó.
Por un egreso colectivo
Un poco triste por la experiencia trunca en Psicología, otro por el divorcio de sus padres, Joaquín se refugió en el trabajo. Terminó encerrado en el taller 12 horas por día. Con el tiempo decidió estudiar para ser maestro de primaria, pero no estaba demasiado convencido. Se propuso juntar dinero para salir de paseo, pero una mala jugada con un cliente peligroso y matón, llevó a que los tres mecánicos del taller tuviesen que pagar el costo de la computadora de un auto de lujo y perdió todos sus ahorros.
Se sentía fatal. Las cosas no iban bien ni para él, ni para el país. El 2015 implicó otro cimbronazo para el peronismo y no sólo sintió la necesidad de volver a militar, sino de redoblar apuestas para volver a estudiar.
Retomó el espacio joven de Descamisados, más que siempre le puso su corazón a la militancia barrial, construyeron el Centro Cultural San Martín, pero las prácticas viciadas de la agrupación volvieron a generarle muchas contradicciones y esta vez rompió sin volver atrás. En cambio, junto a sus compañeros se construyeron la JP, sí, la clásica juventud peronista, y aunque pudiera sonar raro eran inorgánicos a cualquier fuerza tradicional, sólo sentían que debían trabajar por la justicia social en Cipolletti y desde ese lugar empezaron a trazar su propio camino.
Volvió a la facultad. Rindió 5 veces Psicología General hasta que lo logró. Cuando estuvo de pie, empezó a pensar junto a sus compañeros que por qué si estaban ahí todo el día, si ese era su lugar natural además del trabajo, no armar una agrupación universitaria.
Empezaron dando clases de apoyo. Estaban convencidos que era fundamental para disminuir la deserción. Él daba Psicología General, para esa altura se había vuelto una suerte de experto, explica entre risas. Otra compañera daba biología, otro, pedagogía y así. Al principio no se acercaba absolutamente nadie, pero ellos igual iban, por si alguien lo necesitaba. Después empezaron a ir 2 o 3 chicos sueltos. Hasta que un buen día, entró al aula y estaba llena. Era épocas de parciales y el dato del espacio había circulado.
De esa misma experiencia, se abrió una gran red solidaria: no sólo aparecieron personas dispuestas a ayudar con el recorrido académico, sino que otros se ofrecieron a dar clases de instrumentos, de arte. La militancia se había vuelto una acción concreta. “Uno se politiza cuando la política te atraviesa. No leyendo a Marx o leyendo un montón de otros libros, sino cuando descubrís en carne propia que la política te puede cambiar la vida”, dice categórico.
Joaquín cuenta que una de las escenas más lindas que vio en estos años, fue un día que salió de dar la tutoría y estaban todos en ronda, tomando mate, dialogando. No era ni lejos la misma facultad que él había vivido cuando comenzó a estudiar. Entre todos estaban poniendo al descubierto el real significado de la palabra compañeros. Muchas de esas personas siguen estudiando, muchos ya egresaron. Las cosas habían empezado a cambiar.
Entonces armaron Aluvión, en referencia al 17 de Octubre, a la fuerza de lo popular. Y aunque siempre fueron declaradamente militantes por la justicia social, aprendieron que lo importante, lo fundamental, era atender las necesidades chiquitas o inmensas del estudiantado, de lo que pasaba en ese lugar del mapa y ante eso empezar a transformar.
Nuevo escenario
“Sabía hace tiempo que iba a ganar Milei, mi termómetro era el taller, lo que escuchaba ahí. Y ante ese escenario, siempre sostuve que teníamos que organizarnos, prepararnos. La FUC había quedado muy desdibujada por la pandemia. Lamentablemente recién pudimos asumir este año, porque quizá podríamos haber llegado más organizados”, dice.
Desde que asumió Javier Milei la Universidad Pública está sufriendo el recorte salarial más impresionante de toda su historia. El veto del presidente a la Ley de Financiamiento Universitario despeja cualquier duda de que encontró en ese espacio una suerte de enemigo público y declarado. Pero al mismo tiempo, la resistencia más concreta y multitudinaria a su gobierno.
“La universidad está ocupando un rol como factor de unidad nacional. Históricamente lo había ocupado la CGT, con apoyo de otros sectores, también de los estudiantes. El Cordobazo, aunque era de otra facción política, es un ejemplo de eso. Haber perdido esa fuerza, ese resorte es muy duro, porque era el mayor espacio que teníamos las argentinas y argentinos para pelear. Creo que eso habla de la estructura social que estamos teniendo hoy, con un 52% de personas en trabajos no registrados, o que son monotributistas y que no están sindicalizados. Soy un ejemplo de eso. La CGT perdió una transversalidad que hay que recuperar”, explica Joaquín.
Además del nuevo escenario social, dice que hay mucho de un discurso aspiracional y meritocrático que encuentra en la universidad una respuesta. “Estamos escuchando permanentemente a alguien que nos habla de la libertad del mercado, del mérito propio. Bueno, entonces déjennos estudiar. Pero no, hay una búsqueda de hacer que eso derive en la universidad privada ¿”, dice.
Para Joaquín aunque el contexto sea el peor, no hay que perder lo que se puede transformar hacia adentro y habla de la importancia de reorganizar las franjas horarias para que cursar no sea una hazaña imposible para quienes trabajan, como así también poder contemplar oreos problemas del estudiantado, como las residencias y otras instancias donde es preciso el sistema de licencias para no ser expulsado. Desde que es presidente de la FUC, Joaquín se reunió con cada decanato para poder trabajar en esto.
Está convencido que el protagonismo de cada centro de estudiantes es fundamental. “Nosotros nunca tuvimos esa lógica absurda tipo imperialista, cada centro conoce mejor que nadie la realidad de los estudiantes, de esa facultad. Es importante que mantengan la autonomía y también aprender a confiar en cada proceso”, dice. Desde que asumió, intenta generar instancias de diálogo permanente, aunque es un camino que empezó mucho antes, en cuanto percibieron que Milei venía con estas políticas. Esos pasos fueron fundamentales, muchos de los presidentes de los centros de estudiantes ni siquiera se conocían entre sí.
Militancia
Joaquín no desconoce que este posicionamiento prende bien en la región, tiene la experiencia de Río Negro, pero también la de Neuquén, donde los acentos locales han sido fundamentales para poder construir una identidad política propia y sostenible. Sobre eso se para, no como especulación, sino con convicción.
“Nosotros arrancamos esto con militancia barrial, nunca perdimos esa ida, se necesita la construcción de una base de verdad. A las compañeras y compañeros que estamos, porque esto es colectivo, puede ser cualquiera de nosotros, nos gustaría seguir avanzando, poder construir algún candidato. Somos de acá, conocemos la realidad de cada barrio, sabemos lo que es importante cambiar”, dice Joaquín.
Es una tarde hermosa, Joaquín cuenta su historia en el comedor de la facultad de Psicología y Ciencias de la Educación. Los últimos rayos de sol le iluminan la mirada amable, la sonrisa diáfana. Es un pibe muy sencillo, transparente, con una oratoria brillante y espontanea. Quizá eso es lo que más se valora en la comunidad educativa: su claridad, su forma concreta de hablar de las problemáticas reales, pero también la solvencia para dar respuestas. En las marchas universitarias se lo ve encendido, es un líder innegable, más allá de los acuerdos o las distancias. No se guarda nada, pero lo hace con inteligencia y calma. Ante el funesto panorama de la Universidad Pública, Joaquín avanza con la frescura de lo inesperado, laburante, como desde muy pequeño aprendió en su traje de mecánico, su escudo para cualquier batalla. No se vence fácil, convence y entusiasma y eso es, para quienes entendemos la política como la herramienta de la transformación posible, es cuanto menos una buena noticia.
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