A pocos días de llegar a Santiago de Compostela, Gabriel Salazar contó las experiencias que vivó. Un viaje que combina actividad física, naturaleza y fe.
Gabriel Salazar hace un alto en su ruta y descansa. El neuquino lleva 26 días caminando y todavía le falta un poco más. Aunque tiene experiencia en senderismo de tanto recorrer las bardas de la zona, su viaje de 900 kilómetros a pie para llegar a Santiago de Compostela lo desafió de una manera distinta. Ese camino, que conjuga el turismo, la fe, las nuevas amistades y el autodescubrimiento, prometía transformarlo para siempre. Y así, a días de llegar al famoso templo de Galicia, Gabriel ya sabe que volverá como una persona diferente.
Aunque la posibilidad de hacer la peregrinación le rondaba en la cabeza desde hace años, no hizo una preparación especial para tantos kilómetros de caminata. En su Zapala natal, o tras su mudanza a Neuquén capital, siempre vivió en contacto con la naturaleza y la actividad física. Sin planearlo demasiado, cargaba su bicicleta con las alforjas o se ponía una mochila en los hombros para recorrer los senderos de las bardas o la cordillera neuquina. Solo, o con amigos, afrontaba esa inmensidad con nada más que lo puesto y escuchaba las historias de otros peregrinos que volvían de España fascinados con una experiencia que parecía llamarlo.
Después de varios años de trabajo sin tomarse vacaciones, el hombre de 39 años ya había ahorrado lo suficiente para poder prescindir de las actividades laborales por más de un mes. Sacó un boleto de ida hacia España, dispuesto a dejarse sorprender por un camino milenario que cada año congrega a fieles, deportistas y turistas de todos las coordenadas del mapamundi.
"Llegué de sorpresa a la casa de unas amigas en Barcelona y les dije que iba a hacer el camino de Santiago", dijo Gabriel a LMNeuquén, mientras buscaba señal en un pueblo montañoso para poder hilar su relato, con una voz dichosa que no traslucía ni un ápice de su evidente cansancio. Si bien la Catedral de Santiago de Compostela es el punto final de todos los peregrinos, hay nueve caminos para llegar, y él eligió la ruta francesa.
"El camino que elegí hacer yo es el francés, que empieza en San Juan Pie de Puerto, en Francia, y pasa por los Pirineos. Es la ruta más tradicional y la más elegida por los peregrinos", contó. En total, son 900 kilómetros a pie, que demandan unos 30 o 32 días. El sendero pasa por seis regiones distintas y en España pasa por Aragón, Navarra, La Rioja, Castilla y León, y Galicia, donde está ahora.
Aunque Gabriel viajó solo, cuenta de su caminata siempre en plural. "Aunque el camino lo empecé solo, siempre caminé acompañado. Armamos grupos de 8 o 9 personas de todas las nacionalidades, hay brasileros, australianos, coreanos", relató sobre una experiencia en la que personas muy distintas, que muchas veces no hablan el mismo idioma, se terminan hermanando con un destino en común: la catedral donde reposan los restos del apóstol Santiago.
"Algunos lo hacen por actividad física, por turismo y otros por lo religioso", dijo y aclaró que él vive la experiencia para conocerse, forjar nuevos vínculos, desafiar su amor por la actividad física y también descubrir ciudades fascinantes. En cuanto a la fe, dijo que peregrina no para pedir sino para agradecer la inmensa fortuna de haber cumplido ese sueño pendiente.
Cómo funciona la peregrinación
Por momentos, Gabriel se pellizca los brazos para comprobar que está despierto. Y en esa tensión leve sobre la piel descubre que sí, que está en plena vigilia y viviendo en carne propia un peregrinaje milenario que lo hace descubrir pueblitos de cuento, serpentear por los Pirineos franceses, caminar por el escenario bélico de una batalla de Carlo Magno o por puntos arqueológicos donde reposan los fósiles de los primeros homo sapiens.
Aunque muchos ansían llegar a la catedral gallega que marca el hito de su peregrinación, el zapalino prefiere dejarse atravesar por el camino circundante. Transita entre 22 y 32 kilómetros por día con una mochila a cuestas, siguiendo el símbolo de una concha marina con una flecha, el famoso logotipo de los caminantes. Cuando el sol se esconde, se preparan para dormir en un albergue: una cena, ducha y horas de sueño son el combustible para afrontar otro día que les desgastará los pies.
"Las caminatas son de 8 o 9 horas hasta llegar a un albergue peregrino, que son muy económicos, cuestan entre 7 y 11 euros", dijo y agregó: "Otros eligen ir a hostels u hoteles privados, y también hay albergues de donativos, que los manejan las parroquias y que no exigen más que un pago a voluntad". Así, a Gabriel le tocó dormir en capillas o iglesias, donde los religiosos reciben a los peregrinos y todos comparten las cenas para reponer energías y seguir rumbo.
Aunque él está acostumbrado al senderismo en la Patagonia, donde no hay más comodidades que las que uno pueda cargar en su mochila, esta vez afronta un camino tan popular que han surgido distintos servicios para hacer más cómoda la caminata. Por ejemplo, existe un servicio de furgonetas que lleva las mochilas desde un albergue al otro por un valor de 6 o 7 euros. "Muchos van sólo con una mochila liviana con agua y una colación, y su equipaje los espera allá", relató.
Otros, en cambio, usan el correo nacional de España, que tiene un servicio especial de Correo Peregrino. "Ellos mandan directamente su equipaje a Santiago de Compostela, y se usa para aquellos que siguen su viaje por Europa después de hacer el camino", aclaró. Si bien los expertos recomiendan no cargar más del 10% del peso corporal en la mochila, la mayoría elige demandar más a su espalda y llevar un poco más.
Para Gabriel, es mejor ir liviano de equipaje. Cada pueblo que atraviesan les puede ofrecer abrigo, descanso o una comida caliente. A medida que avanza el otoño, las jornadas cálidas ceden ante días grises que los hacen caminar frente a la llovizna pero incluso ante los climas más hostiles encuentra una razón para seguir caminando. Y es esa familia que se armó por el camino, compartiendo kilómetros pisados y experiencias inolvidables.
"Cuando pasamos por La Rioja, que es muy similar a La Rioja argentina, nos tocaba caminar entre viñedos, nos ofrecían vino y hasta encontramos un grifo del que sale vino en una bebida antigua", destacó. "El que no toma vino no recorre el camino", bromeó Gabriel sobre una frase que repiten los peregrinos.
Un camino que nadie puede hacer solo
A Gabriel le quedan sólo 5 o 6 días para llegar a Santiago de Compostela, el punto que algunos eligen por devoción al apóstol y otros como la línea de llegada de un viaje de autodescubrimiento. Y es que en esas 8 o 9 horas de un andar casi mecánico siguiendo un sendero bien señalizado, pasa muchos momentos de introspección que lo llevan a descubrirse a sí mismo al tiempo que descubre las geografías españolas.
La experiencia cala tan hondo que muchos vuelven cambiados después de llegar a la mítica catedral. El zapalino lo supo pronto: "Unas de las primeras personas que conocí, cuando empecé a caminar y todavía estaban lindos los días, fue un holandés que hizo el camino de Santiago y la mitad conoció una chica española y decidió dejar de caminar para volver a donde la había conocido. Ahí tiene un café bar que recibe a los peregrinos", relató.
En su viaje se cruzó también con muchos españoles, pero también australianos, estadounidenses, brasileros y otros argentinos. Para su sorpresa, el camino de Santiago es especialmente popular para los peregrinos de Corea del Sur, que conocieron la experiencia a través de una serie de televisión que se hizo famosa en ese país asiático. "Hay muchos coreanos que, aunque no hablan el idioma, nos entendemos por señas o escriben algo en el traductor y me muestran la pantalla de su celular", relató.
Uno de los coreanos que conoció era, en realidad, un profesor universitario de Seúl que hizo el camino para escribir una crónica de viajes. "Cuando volvió, nos mandó el link de la nota publicada. Es muy loco ver nuestras fotos y un texto escrito en coreano, pero otro peregrino de Corea nos lo tradujo al inglés", dijo entre risas y mostró la imagen del texto periodístico.
Gabriel se encontró también con mujeres de cincuenta años que caminaban junto a sus padres de más de 80, chicas jóvenes que caminaban solas y hasta parejas con tres o cuatro hijos pequeños, que habían emprendido la peregrinación como una apuesta para la conexión familiar. Inspirado en ellos, el zapalino busca guardar su teléfono y, aunque deja a su familia ansiosa de noticias, aprovecha a vivir cada momento sin distracciones de pantalla.
Muchos hacen el camino para buscar un cambio de aire, cuando se toman años sabáticos de sus trabajos o tras momentos difíciles, como un grupo que viajaba con las cenizas de un familiar para esparcirlas por los senderos. Por eso, la reflexión y la invitación al cambio de vida parecen estar siempre presentes, como invisibles, en cada pisada. Y si bien algunos lo toman como una salida turística, otros se ven tan atravesados por la experiencia que deciden tatuarse el logo del camino, con la concha marina y la flecha, para dejarse el recuerdo impreso en la piel.
Gabriel todavía no sabe de qué manera lo transformarán esos 900 kilómetros de caminata. Sí sabe que pretende extender su ruta un poco más. Después de la catedral, muchos viajeros siguen caminando hasta Finisterre, donde se ubica el kilómetro cero del Camino de Santiago, bien cerquita del mar. Y quizás ahí, en ese horizonte, se abren nuevas perspectivas para el futuro del neuquino.
"Dejé un poco todo allá, dejé el trabajo, me vine con boleto de ida, veremos qué pasa después del camino. Hay mucha gente que viene a buscar un cambio y el camino les abre muchas cosas", afirmó. Y aunque muchos le temen a la experiencia por la soledad o por la exigencia física, él tiene dos cosas muy claras: "Primero, que nunca estás solo, y segundo, que por mucho que entrenes, nada puede prepararte para lo que realmente se vive en el camino".
Te puede interesar...
Lo más leído
Dejá tu comentario