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El poder de la palabra: los afiches virales de una neuquina que recorren el mundo

Desde Plottier, Geraldine Schroeder logró romper las barreras territoriales y hoy las piezas que crea De la Munda permiten un posicionamiento de humanidad en un contexto arrasador.

La propuesta es en apariencia sencilla: palabras grabadas en un papel. De la Munda hace afiches con frases de autores universales y no tanto, para compartir en las casas, en los trabajos, en los muros de las redes sociales, en la memoria. Pero sucede que “un afiche es un enunciado ético, un haiku criollo, un apotegma poético político”, como describe en la presentación el proyecto. Entonces se vuelve declamativo y permite un posicionamiento.

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“Al principio soñamos con empapelar el mundo”, dice Geraldine Schroeder. Fue un proyecto ambicioso desde sus orígenes, nació en 2020 con todo el frenesí que implica aventurarse en lo que moviliza, en lo que apasiona en un momento difícil para el hacer cultural. Eran tiempos de pandemia que para ella implicaron reencontrarse con la lectura, volver a la palabra, subrayar lo imprescindible, como una forma de no perderse en la extrema fragilidad que imperaba y aun flagela, aunque de otras formas, al mundo.

Surgió el impulso de hacer de ese proceso individual un hecho colectivo y junto al artista y escultor Andrés Zerneri, crearon De la Munda, una pequeña usina creativa que desde meses después y hasta hoy sostiene la diseñadora y grabadora neuquina Geraldine Schroeder. Fue posible gracias a un crédito del IADEP que promovía el entonces Ministerio de las Culturas para movilizar las industrias culturales neuquinas.

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Un tiempo antes, Geraldine venía trabajando con grabados de poetas mujeres, en una composición de rostros y versos y que actualmente realiza en una serie de poetas de la Patagonia. Pero se trataba de darle presencia a la palabra y explorar sus alcances.

El poder de la palabra

—¿Cómo surge esta necesidad de darle centralidad a la palabra?

—La palabra son puertas, son ventanas, la palabra abre y habilita. Tiene el poder de cambiar una vida, un momento, de transformar y también de crear. La palabra es un montón, es eso, poder, construye y destruye. Siento una gran admiración por quienes escriben y generan universos, imágenes, aromas con las palabras, porque además ahí existe un compromiso ineludible.

—En De la Munda también hay un compromiso que parte de elegir que palabras tomar ¿De qué se trata esa búsqueda?

—De la Munda tiene un claro posicionamiento. No es partidario, pero la palabra es política entonces se vuelve en sí un acto político. Se trata de elegir qué hacer y qué no hacer. Hay frases que por más que me las pidan, De la Munda nunca haría. No trabajamos con frases que inciten al odio, ni profundicen las desigualdades, ni las diferencias desde un punto de vista destructivo o que ofendan, justamente por el poder que tienen las palabras. Hay un profundo respeto y también consciencia de los mensajes que promovemos.

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—¿Qué valor tiene la palabra en un escenario que en muchos momentos resulta distópico?

—Cuando inicié esto no me imaginaba este escenario de retroceso a niveles de derechos, de deshumanización. Hay una desterritorialización también en esto, donde por muchos momentos se impone el miedo y afecta lo que se hace. Este es un proyecto que tiene mucha presencia en lo físico, pero también en las redes. Una sabe desde qué lugar lo está diciendo, con qué intención, pero también los contextos donde se comparte hace que tengan otra connotación. La palabra es un recordatorio, es por momentos atemporal, la palabra devuelve al eje. Muchas veces me dicen: quiero este afiche porque estoy en esta, entonces piden “el alma es resistencia” o “que la rebeldía nos bese siempre en la boca”. También existe el derecho a la belleza y un afiche nos acompaña en los diferentes momentos, insisto, como un recordatorio.

Compartir la palabra

Alguien le envía a Geraldine una captura de pantalla. Uno de los actores de la serie de Netflix Machos Alfa compartió con asombro en sus redes el afiche que dice “No besarás a nadie que no hable de justicia social”. Más tarde él mismo escribe a De la Munda para felicitar la iniciativa. Pero también los fiches aparecen en los posteos de la revista Sudestada, en una casa de Uruguay, en la oficina de un centro cultural. Viajan, se expanden, se viralizan. Hay una necesidad evidente de posicionarnos, de abrazar la palabra, de pararnos en un territorio enunciado que nos permita retornar al mapa.

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Hay una curaduría en las frases que se elige compartir que parte de una lectura individual y se convierten en un hecho artístico diferente en el taller que Geraldine montó en su casa de Plottier. Sin embargo, no deja de ser un hecho colectivo, porque esas palabras pertenecen a otros autores y caminan rumbo a otras personas de un modo diferente para el que fueron pensadas, entonces no deja de ser un proceso plural.

Ita Maria, Carlos Skilar, Matías de Rioja, Marina Tsvietaeva, Juan Gelman, Silvana Estrada, Paulo Freire, Emili Dickinson, entre muchos otros y muchas otras que escriben y escribieron desde diferentes tiempos y territorialidades. De la Munda permite la contemporaneidad de esas palabras y gracias al correo “el máximo aliado en este proyecto”, como explica Geraldine, viajan e invitan a la lectura. Los afiches son también y quizá sobre todo, un impulso a leer, a repensarnos, a aterrizar en un libro, además del valiosísimo hecho de definirnos.

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“De la Munda también se construye con propuestas que llegan, con los pedidos que la gente hace, se va retroalimentando de los momentos y búsquedas de otras personas. Y al mismo permite abrirnos a la lectura, permite el diálogo, que me parece que es el hecho fundamental”, explica.

Un largo camino creativo

Geraldine nació en el Hospital de Plottier, a unas cuadras de donde vive ahora y donde montó el taller desde donde salen los afiches. Desde muy pequeña estuvo vinculada al mundo de la literatura que llegó a ella a través de los cuentos de sus abuelos, de las lecturas que compartía en familia. Siempre le gustó leer, aunque muchas veces no llegaba a comprender de qué se trataba. Cuenta que una vez le regalaron una biografía de Simón Bolivar y que la leyó con disciplina, pero que pudo dimensionar con los años, que la lectura también tiene ese proceso tan necesario.

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Estudió Diseño de Indumentaria y Diseño Textil en la UBA, donde también fue ayudante de la cátedra Moragues, que aborda el diseño desde un lugar de mucha experimentación que trasciende la moda. “Me pareció una oportunidad importante porque la moda siempre me hizo un ruido tremendo. El atrás, lo social. Yo estaba eligiendo entre dos botones y hay gente muriéndose de hambre. Fue una carrera que me generó muchas preguntas y contradicciones desde el principio”, explica Geraldine. Aunque siempre tuvo una pata en el arte, nunca había estudiado formalmente más que en talleres individuales, hasta que en 2014 se anotó en el IUNA y cuando hizo su primera estampa en la clase de grabado dijo: “esto era”.

Se compró una prensa y de pronto todo lo que tenía textura y también todo lo imperceptible lo pasaba por ahí.

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Desde ese momento comenzó un derrotero que la llevó a un intercambio y acción creativa permanente junto a otros, una entrega también al proceso creativo. También junto a Andrés Zerneri crearon la marca Poncho, una tipología de prenda pero pensadas con un sinfín de texturas, materiales y diversidad de destinatarios.

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“Hace más de 10 años el arte es un eje en mi vida. No se trata de estar todo el día pintando, sino de un estado creativo que impulsa a decir cuando hay algo que decir, sacar a través de las obras desde diferentes lenguajes”, explica.

De la Munda hoy le permite poner en juego todo lo recorrido, más ahora que comenzó a trabajar con una línea textil con la misma intención de socializar enunciados que nos devuelvan algo de humanidad.

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Hay un cruel desamor que Atilio Stampone una vez hizo tango y dice: “Y en el fetiche de un afiche de papel, se vende la ilusión, se rifa el corazón”. Mucho de todo eso está en De la Munda: objeto de deseo, una celebración de la belleza, la posibilidad de reafirmación, pero ante todo aparece la palabra como un espejo, que habilita el retorno al camino en un tiempo sin rumbos.

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