María Cristina Villar estuvo detenida más de dos años en la Unidad 16 de mujeres de Neuquén y allí desarrolló su veta de escritora hasta llegar a publicar Miradas desde el interior, un libro con el que pudo transformar la adversidad de la experiencia en el encierro.
En la ilustración de tapa, una mujer de pelo largo y negro mira sus manos en cuenco sostener un corazón a la altura de su pecho. Adentro, en la dedicatoria se lee “soy mi propia construcción de vida”. Algunas páginas más adelante, un único verso ocupa la página blanca: “aún tengo mucho por decir”.
El libro es Miradas desde el interior y lo escribió María Cristina Villar durante los dos años y dos meses que estuvo detenida en la Unidad N°16 de mujeres, en la ciudad de Neuquén.
Zapalina, ex trabajadora municipal, y madre de tres hijos, Cristina ya escribía antes de quedar privada de su libertad, pero fue durante el encierro que explotó esa veta hasta consumar la publicación.
“Creo que en este tiempo la escritura fue la herramienta más poderosa que encontré en todo esto complejo que me tocó vivir. El papel y la lapicera fueron mis mejores armas”, dice la escritora, quien salió en libertad condicional el 11 de septiembre de 2024, justo a tiempo para recibir la publicación de su libro, un mes después.
Desde entonces, Cristina ha tenido la posibilidad de presentar el libro en la Universidad del Comahue y en el Comité Provincial para la Prevención de la Tortura, entre otros espacios que alojaron su obra. El Comité, de hecho, declaró de interés el libro, al igual que lo hizo la Legislatura.
Además, comenzó la carrera de abogacía en la UNCo en modalidad libre y una tecnicatura en Gestión de Medios comunitarios de la Universidad de Quilmes, que cursa de manera virtual.
Cable a tierra
“No existe mayor belleza / que aquella que abraza / la vida con determinación y valentía. / Aquella que sin dudarlo / se puso el overol de las circunstancias”.
Esos versos son de su poema “No existe” y grafican algo que Cristina comparte un sábado al mediodía, mientras conversamos bajo un sol impiadoso, en el patio de su casa, en un barrio periférico que mira hacia el Michacheo. “Cuando ya sabía que iba a quedar condenada y detenida, dije ‘bueno, yo voy a ocupar el tiempo en estudiar, en prepararme, para salir más fortalecida de ahí adentro’. Fui con ese objetivo y lo cumplí a rajatabla. Y tuve la posibilidad de encontrarme con gente increíble en ese espacio”.
Entonces, apenas estuvo adentro, se sumó al taller de escritura, espacio que compartían con una sola compañera, con quien tenía más afinidad. Se apoyaron la una en la otra en el proceso de estar ahí adentro. El resto de las detenidas, cuenta, estaban negadas a hacer cosas, a participar, “como que habían tocado fondo y listo, no querían saber más nada”.
Cristina, en cambio, pasaba todo el tiempo escribiendo. Era usual verla en su celda o en los espacios comunes, como el comedor, con un gran despliegue de libros, cuadernos y papeles sueltos.
Además del de escritura, la autora participó en los talleres de cine comunitario, serigrafía, educación física, música, plástica, y algunas propuestas sobre temáticas de género. “En todo lo que se ofertaba, yo era la primera que estaba”, dice. Y de todos esos talleres se llevó algo.
Junto al profesor de música, por ejemplo, transformó tres de sus poesías en canciones. “Canta” es una, y en ella Cristina escribió: “sé un canto a la vida, nunca ocultes tu dolor / y cura tus heridas con amor”. La segunda se llama Así es la vida, la hicieron en el marco del taller de cine comunitario, en un corto que está en proceso y planean pronto estrenar, y Gise V, la música local, la hizo rap. Por último, también mutó a canción el poema “Te esperaré”, que devino de lo que su hija le dijo una vez que la visitó en la unidad.
Cristina enfatiza sobre el rol de las y los docentes del CEPI, que es como se conoce a la modalidad de educación en el contexto de encierro. “Así como conocí gente complicada, también encontré el apoyo de seres humanos que no habría conocido de no haber pasado por estas circunstancias. Los docentes están muy comprometidos con el trabajo que hacen, que es arduo, muy a pulmón, y que no es visible”.
La misma gratitud siente hacia las personas del Comité Provincial para la Prevención de la Tortura y el ministerio de Educación de Neuquén, entre otros que la acompañaron. “Cuando se empezó a hablar de la posibilidad de llevar todo lo que yo iba escribiendo a plasmarlo en un libro hubo muchas personas que se comprometieron y se pusieron a trabajar y se sintieron parte de este proyecto tan lindo”.
Zapalina NyC
Si como escribe Cristina, “nuestra vida está hecha de relatos / los que se enhebran unos a otros”, el relato de su vida empieza en Zapala hace casi cinco décadas. Hija de una familia de trabajadores, se crió con sus cuatro hermanas y su hermano.
Con esfuerzo, terminó el secundario en una escuela nocturna y a sus 19 años tuvo a su primer hijo, Carlos, hoy de 28. Años más tarde llegaron Franco, que tiene ahora 20, y Naiara, de 19. A ellos también les dedicó poemas que están en el libro: “somos la reacción de eso que todos llaman vida y / mi vientre los anidó como una porción precisa / de luz infinita”.
Habiendo sido mamá tan joven, Cristina resalta que arrancó “un trayecto de vida impensado”. Era la década del ’90 y quien pagaba el costo más alto de la crisis era la población trabajadora. Ella se sumó al armado de la primera comisión de desocupados de Zapala y entre todos comenzaron a pelear por ayuda para muchas familias que no tenían un buen pasar.
Con vocación de seguir ayudando, pasó un año en la Legislatura provincial hasta que la llegada del gobierno de Sobisch interrumpió ese trabajo y entonces encontró lugar en el municipio de su ciudad natal. Allí estuvo durante 22 años y se desempeñó en muchas áreas, desde políticas sociales hasta discapacidad, entre otras.
“Todos los espacios en los que estuve me dejaron una riqueza importantísima y conocí gente muy interesante. También tuve la posibilidad de participar del sindicalismo, como secretaria administrativa de ATE. Una experiencia muy valorable que me permitió también ayudar a varios compañeros”, cuenta y asume que perdió su condición de planta permanente de su trabajo en la municipalidad al haber enfrentado la condena de la Justicia.
Durante muchos de esos años como trabajadora, Cristina aún estaba en pareja con el papá de sus hijos, pero reconoce que gran parte de la carga la asumía ella: “cuando una mujer es jefa de familia y te toca lidiar con la casa, con los chicos y con las responsabilidades que se suman es complejo. Tenés que cumplir en el trabajo, con tu rol de mamá y el de ama de casa”.
Sin embargo, agradece la presencia de su expareja al momento de ella quedar detenida ya que él se mudó a su casa para poder acompañar a los más chicos, que en ese momento eran todavía menores de edad. “Nos habíamos separado hacía cinco años, pero siempre tuvimos una buena relación, nos separamos en buenos términos y mantuvimos durante todo este tiempo ese buen diálogo priorizando el bienestar de los chicos”.
La vida en el encierro
“Entendí que existe la Violencia y no sólo desde las / Armas, sino también cuando te arrebatan el Alma”. Cristina proyectó sus pesares del encierro en sus poesías y relatos. Sentires, por ejemplo, que tenían que ver con sus hijos, quienes atravesaron situaciones difíciles como abandonar la escuela o, en el caso de Naiara, llegar a la gravedad de querer quitarse la vida.
“Y yo que estaba privada de mi libertad, me tenía que enterar por teléfono y había cosas que no podía resolver y que me excedían en cuanto a las emociones, a la intranquilidad de no saber qué iba a pasar”, explica la escritora.
La situación económica no permitía a sus hijos visitarla asiduamente. Se sumó a ese inconveniente la intención de ella de evitarle a sus hijos el verla en esa circunstancia de encierro, algo que profundizaba el dolor por la ausencia de su mamá en casa.
La vida era dura para ella ahí adentro. Al definir la experiencia, Cristina dice que fue “heavy”. Es muy enfática al aclarar que ella no pretende juzgar a nadie, pero reconoce que le tocó encontrarse con personas que, al provenir de ámbitos delictivos, naturalizan niveles de violencia extremos, agresiones físicas y ataques a compañeras.
Llegó un momento en que tuvo que comenzar a defenderse porque sentía que eran situaciones límite. En dos ocasiones sintió que su vida corría peligro y entonces se pregunta: “¿Y si hubiese pasado a mayores? ¿y si hubiese perdido la vida dentro de ese espacio? ¿Quién se iba a hacer cargo de mis hijos, de mis padres, de mi hermano, de mis hermanas que son personas con discapacidad a las que yo asistía? Si pierde la vida una persona que está privada de su libertad, es un simple número. Nadie se encarga de verificar las circunstancias, qué fue lo que pasó, cómo pasó. Porque se piensa que si estaba detenida algo habrá hecho”.
Presente y futuro
“Soy tan sólo una guionista fascinada con las utopías vespertinas, por momentos temo más a la vida que a la muerte, precisiones éstas de emociones encontradas y de banalidades mundanas”. Así se autodefine Cristina en uno de sus relatos. A pesar de la adversidad que enfrentó en el encierro y la que hoy le pesa por no tener un trabajo estable que le garantice un apoyo para sus hijos, no se amedrenta y sigue adelante.
No duda, entonces, en subrayar el estigma que existe en la sociedad al momento de darle trabajo a una persona que pasó un tiempo, sea corto o largo, detenida, condenada por un delito. Es por eso que durante este tiempo desde que salió en libertad, se las ingenia con sus habilidades. Desde ofrecer productos panificados en la feria en Zapala hasta la venta del libro de su autoría, con el que Cristina se ha movido mucho siguiendo el hilo de la sorpresa por el impacto que tuvo en diversos ámbitos.
Porque el libro nació de un comentario al aire en una clase dentro de la unidad, en el que la autora expresó su deseo de publicar. Entonces, Mayra Chaponikoff, una de las coordinadoras del taller de edición le propuso armar un proyecto que buscara el financiamiento para concretar ese deseo. Fueron Mayra y Abril Scibona, quien hizo la ilustración de tapa que describí al inicio, las que acompañaron el proceso hasta que esas poesías, escritas a mano en sus cuadernos durante el encierro, se transformaron en Miradas desde el interior, un libro que hoy viaja por nuestra provincia, por el país, y que, tal como comparte orgullosa Cristina, ha llegado hasta España.
Cuando le pregunto a Cristina cómo proyecta su futuro, señala un cuaderno gordo, de tapas duras, y encuadernado de forma artesanal. En él se alojan textos que quedaron fuera de este primer libro publicado. “Tengo aproximadamente 600 textos entre poesías y relatos que quiero poner a consideración de mucha más gente, estoy trabajando en la posibilidad de sacar una segunda parte de Miradas desde el interior, porque la verdad es que ha sido enriquecedor tanto para mí como para los lectores. Quiero que esto siga trascendiendo, que se difunda, que la gente lo aprecie y que también lo pueda transmitir”.
Que trascienda, entonces. Que circule la palabra de esta escritora zapalina, que llegue a ser, a decir del poeta Gabriel Celaya, la “poesía necesaria / como el pan de cada día”.
Para asomarse a esas Miradas desde el interior se puede adquirir el libro contactando a su autora al teléfono 2942 46-3762.
Te puede interesar...
Lo más leído
Dejá tu comentario