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La Mañana Historia

La historia de superación de Moni, la popular kiosquera que aún le fía a los chicos

Perdió a su marido en pandemia y se reinventó en la cantina de STIHMPRA, en Fernández Oro. Carisma, alegría y simpatía: "Pude salir adelante sola con 5 hijos".

Tras la nota tenía previsto hacerse revisar ese dedo que se quemó el sábado cocinando 45 kilos de sus famosas milanesas para los muchachos del torneo comercial 300 For Ever. Pero ni el ardor ni el dolor le quitaban la sonrisa, ni su gracia, a la popular kiosquera del predio de Stihmpra, en Fernández Oro. Justamente chispa y calle le sobran a esta luchadora que se hace querer por chicos y grandes con su carisma y simpatía. Un verdadero personaje de la región con una historia de superación.

Tiene una historia de superación detrás y miles de anécdotas para contar La Moni, como la conoce la mayoría, La Chueca como le llama su papá o simplemente La Gringa, como la identifican algunos de sus numerosos clientes.

“Los chicos de la pileta se ríen porque yo les dejo que retiren mercadería y luego me paguen y ellos vienen y me dicen, ‘Mónica te fío…’ (sic). Yo les explico, no ‘yo te tengo que fiar a vos, querido’. Entonces los anoto y les aclaro, ‘al que no paga los voy a llamar por el parlante’ y nos matamos de risa con esos atorrantes”, revela ese espontáneo y divertido intercambio que se produce con los jóvenes y contagia alegría.

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Moni recibe el cariño de familiares, amigos y clientes.

Moni recibe el cariño de familiares, amigos y clientes.

Claro que también hay momentos muy emotivos en la entrevista, como cuando recuerda a Carlos Robles, el amor de su vida y leal compañero que falleció en la pandemia.

“Toda una vida de casada y el Covid se llevó a mi esposo. Era taxista, salió de trabajar y se descompuso. Mucha tos, estuvimos yendo todos los días a la guardia médica porque se sentía mal. Un día me dijo ‘ma, llamá a la ambulancia porque me siento mal’ y ya no lo vi más… Estuvo 15 días internado, no podía verlo, solo hablaba por teléfono con los médicos. Ya está descansando en paz”, repasa el golpe más duro que le presentó la vida.

"Puedo salir adelante sola me dije a mi misma"

Se quedó sola, con 5 hijos y “sin nada”. “Mi papá, que por suerte aún lo tengo, sufrió mucho por mí en ese entonces y me decía ‘no sé cómo vas a hacer Chueca’, pero la otra vuelta se me acercó y me dijo algo hermoso: ‘hija estoy orgullosa de vos por cómo saliste adelante”, recuerda con los ojos humedecidos.

Nació en Cipolletti, anduvo por Centenario cuando su marido “trabajaba de colectivero” pero encontró en Oro su lugar en el mundo y también la forma de reinventarse.

“Había dejado de trabajar, había renunciado como empleada doméstica porque tenía hernias y problemas de columna cuando falleció Carlos. Me llamaron de Anses para hacer los trámites de jubilación, de pensión, fui y me rebotaron porque él tenía muchos años de aportes pero los últimos 10 años los trabajó en negro, en el taxi. Salía llorando cada vez que iba y desistí de hacerme más malasangre total ‘soy joven, puedo salir adelante sola’ me dije a mí misma. Le agradezco mucho a Dios que siempre está”, repasa aquel momento de máxima adversidad.

Ya ayudaba a sus tíos Inés y Marcos (“de los que aprendí todo”) en la cantina hasta que ellos se jubilaron y no dudó en asumir el desafío y tomar la posta. Claro que hubo, en el medio, personas que le tendieron una mano y a la que estará eternamente agradecida.

“Mucha gente me ayudó. Empezando por Javi, el encargado del predio que habló con Antonio Bobadilla para que yo pudiera seguir con el emprendimiento. Dos genios. Ellos necesitaban gente de confianza y es lo que les garantizo o devuelvo en el día a día. Al principio vendía canelones, empanadas, pan dulce. Mi viejo me prestó la plata para entrar al proyecto, comprar la mercadería, algunas cosas como helados o cervezas me dejó mi tía, otra mercadería ya estaba vencida. También los amigos, compañeros y familiares de mi esposo que me ayudaron cuando lo perdí”, destaca la solidaridad ajena.

Hoy lleva ya cuatro años al frente del negocio en compañía de sus hijos Carla, Emmanuel, Lautaro y Juan Ignacio, además de su sobrina Yanina.

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Moni trabaja en compañía de sus seres queridos.

Moni trabaja en compañía de sus seres queridos.

Todos voluntariosos “pero las milanesas más ricas las hago yo -risas-”, chicanea a sus peques y chapea con el sorprendente éxito de sus milangas.

“Poníamos chori y hamburguesas y sobraban, todos querían y quieren milanesas. Inclusive los jugadores del torneo comercial nos dicen ‘estoy esperando el fin de semana para comer las milanesas’. ¿Qué llevan? Carne de nalga, lechuga, tomate, condimento y pan, medio felipe. ¿Cuál es la clave? Qué están hechas con amor. Emannuel mi hijo me ayuda a hacerlas. Yo las preparo, les saco la grasita, el nervio y él las pasa sobre pan rallado”, comparte la receta del boom quien por estos días se toma un respiro tras terminar otra exigente temporada veraniega, en un complejo que no obstante siempre, en cualquier época del año, está repleto de actividades.

La rubia y coqueta mujer igualmente no se “salva” de los pedidos de su menú estrella por más de que la pileta esté cerrada. “Hay gente a la que conozco de la temporada y como saben que los sábados hago milanesas, me llaman por teléfono ‘Moni me preparás unas milanesas que las paso a buscar’. Y ni hablar de los muchachos del torneo. Juegan lindo eh, si tengo un ratito libre me gusta mirar los partidos”, reconoce La Moni, que ya es una "babosa abuela”.

Las charlas de la kiosquera con los chicos

Es frecuente verla conversar con los adolescentes, con los pibes que la toman como una referencia y cuando pasan los años la recuerdan como alguien que de alguna manera marcó su infancia. En realidad, interactúa con todo el mundo esta entrañable vecina.

“Por ahí los chicos me ven sentada, vienen, charlan conmigo, me cuentan de sus cosas, de la escuela, de la familia y eso se agradece… No soy una psicóloga ni mucho menos, pero quizás les sirvan mis consejos. Para fin de año la gente pasa a saludarme y eso también me emociona. O a fin de temporada de verano las familias me saludan y se despiden, o al inicio una señora que viene siempre de Cipolletti y lo primero que hace es venir a verme: ‘Moni, otro año más me dice”, dice. Y pregunta si no molesta que se fuma un puchito, su debilidad.

Divertida y a la vez sensible, comenta con un dejo de nostalgia: “Hay chicos a los que conozco desde que estaban en la panza y hoy tienen 14 años. Tremendo como pasa el tiempo”. Le gusta que la reconozcan en la calle pero a la vez se incómoda si no identifica a quien la saluda: “Han pasado tantas personas por acá que me suele ocurrir, que me saluden y no me doy cuenta quién es”.

Su aguda voz en los altoparlantes anunciando que “ya están las tortas fritas y rosquitas” es un clásico de las tardes de verano en Stihmpra. Enseguida muchos salen despedidos de la reposera y enfilan camino al kiosquito a buscar la nutrida merienda.

“Y los chicos cuando vuelven del fútbol en el club Fernández Oro también se las devoran. Antes de irse a entrenar vienen y me piden que les guarde la botellita del agua en el freezer y después se las llevan a la práctica”, acota la mujer que vive en la edificación de arriba de su negocio.

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El sábado cumplió con el ritual del “ultimo día de temporada” y realizó los tradicionales sorteos para los niños. “Al principio les regalaba un cono de helados a cada uno, el año pasado sortee hamburguesas y helado y este año solo hamburguesas, los chicos me preguntaban ‘¿y el helado Moni? Y yo les decía, ‘está caro querido este año’ jaja -risas-. Una vuelta se me ocurrió decirles en broma, cuando vinieron a preguntarme por el sorteo, ¿y ustedes que me regalan a mí? No va que al otro día se apareció Vicky, la hija de Carla Rebelliatti con un mate y bombilla de regalo, yo me quería morir, pero agradecida igual, quedó la anécdota y ese hermoso gesto”, evoca otra de las situaciones simpáticas que vivió en esas jornadas de calores intensos.

A propósito del clima, se pegó un gran susto con el último temporal, en un predio en el que se cayeron más de 10 árboles, entre otros destrozos. “Resulta que yo me levanto y me acuesto oyendo alabanzas. Soy muy creyente, subo del kiosco a casa y agradezco lo poco o mucho que tengo. Esa noche en medio de los rezos oí un ruido fuerte, quise cerrar los postigones y no podía. Estaba todo sin luz pero igual andaba Javi con la linterna inspeccionando todo y me preguntó si estaba bien. Mi mayor preocupación y desesperación era por no poder comunicarme con los chicos, con mis hijos. Por suerte, todo bien, los clientes venían y cargaban los celulares en mi puestito ya que no había luz en otros sectores ni en sus casas”, indica poniendo de manifiesto una vez más su generosidad. Y agradece también a los trabajadores de Stihmpra, Natalia -hay 2-, Cristina, Matías, José y Cristian.

Su actual compañero

Hoy la soledad quedó atrás en la vida de Moni. “Hace un tiempito conocí a una persona con la que nos llevamos bien, no vivimos juntos pero me siento bárbaro con Pedro. Es de Allen y viajamos cuando podemos, también por ahí lo hago sola sola. Por ejemplo la otra vez me fui a Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca; también conocí las Cataratas; con él fuimos a San Rafael. Soy una enamorada de Las Grutas me encanta, me voy con el termito al mar en cualquier época del año, eso es paz mental. Grabo el ruido del mar y me lo traigo”, confiesa su gran pasión.

Y en el final, una impactante frase sobre una dura premonición que se cumplió al pie de la letra y refleja total madurez y hasta su manera de encarar la vida: “Cuando empezó la pandemia hablábamos con mi esposo que, por cómo venía la mano, alguno de los dos nos íbamos a morir. Decíamos ‘el que se queda acá rehace su vida, si me toca a mí vos tenés derecho a seguir viviendo feliz, le decía yo a él. Y fue al revés”, admite Mónica Sánchez. La kiosquera del pueblo, la que le fía a los chicos en tiempos en que nadie cree en nadie, la de las mejores milangas, la de la sonrisa permanente, la del amor después del amor y dolor…

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