Después de 40 años de entrega tuvo que alejarse de la orden y hoy sin hábito aprendió el oficio de podóloga para seguir ayudando a todos los que lo necesitan.
Mónica Astorga tiene una vida dedicada a Dios en Neuquén y de su mano a los más necesitados. En ese camino conoció al colectivo trans y encontró ahí en quienes depositar todo su amor, cuidado y ayuda. Pero esa elección le costó la separación del monasterio de Carmelitas Descalzas, después de ser monja por 40 años. Hoy, sin hábito, se convirtió en podóloga y sigue ayudando a los más desprotegidos.
Nació en Buenos Aires y ya desde sus 7 años quería ser monja para sostener a los débiles, los solos, los abandonados. Fue a los 20 cuando se alistó al Monasterio en Neuquén en el que dejó todo por ayudar a quienes no solo necesitaban una oración, sino también un plato de comida y un techo y una luz al final del camino para salir de momentos de mucha oscuridad.
Por años acompañó a jóvenes con problemas de adicción, presos, con quienes intercambiaba cartas. Siempre estuvo dispuesta a ayudar a muchas personas que llegaban al Monasterio cargadas de dolor. "Y cuando llegaron las trans me topé con la realidad más marginada y descartada. Siempre les dije que estaban sepultadas en vida y sacarlas de ahí fue mi lucha. Me puse al frente para abrir camino y ayudarlas a ponerse de pie", contó Astorga a LMNeuquén.
Una tarde llegó Romina al Monasterio, una mujer trans quien le pidió ayuda para dejar la prostitución y las adicciones. Al conocerla, Mónica sintió la inquietud de saber cuántas eran las mujeres trans en la ciudad y le pidió que vuelva con el resto. De a poco se fueron acercando y ahí arrancó todo.
Que una monja se ponga al frente de buscar apoyo para las mujeres trans no era algo que había pasado antes. Fue una acción sin demasiados precedentes puertas adentro de la iglesia.
Es que lo que hizo Astorga por este colectivo no fue solo oraciones, sino que les brindó un apoyo incondicional de amor y gestión para poder sacarlas de la prostitución e incluso poder tener su propio techo. Gracias al trabajo que se puso al hombro esta monja logró que el Instituto de Vivienda y Urbanismo de Neuquén inaugure el primer complejo de viviendas para mujeres trans, el primero de Neuquén y quizás el primero en mucha geografía.
Este complejo de viviendas fue construido en un terreno cedido por el Municipio y con fondos aportados por el Gobierno provincial. Está ubicado en el barrio Confluencia donde se construyeron 12 monoambientes en los que viven mujeres trans de entre 40 a 70 años.
Una amistad con el Papa
El camino junto a las mujeres trans lo comenzó en el 2006, para Mónica su objetivo era visibilizarlas y que tengan dignidad como cualquier otro ser humano. "Mi lucha fue hacerle realidad sus sueños, y para eso fui encontrando el apoyo de muchas personas", recordó.
Cuando esta monja empezó a acompañar a las mujeres trans a cargo del obispado de Neuquén estaba el obispo Marcelo Melani y en él encontró un apoyo incondicional.
Y también lo encontró de otra persona muy especial en la Iglesia. Fue el propio Papa Francisco el que la apuntaló en esta tarea tan particular.
"No abandones este trabajo de frontera que te puso el Señor, si necesitas algo me avisas y seguís adelante", eso le dijo por mail el propio Papa, a quien conocía hace muchos años cuando Jorge Bergoglio era obispo de Buenos Aires y ella una joven novicia.
Esta mujer que dedicó su vida a la iglesia católica contó que desde siempre estuvo en comunicación con el Papa Francisco vía mail y que en una oportunidad le escribió porque había una mujer trans que estaba en Roma, muy enferma, y que quería conocerlo.
"Le escribí al Papa por Guadalupe y la pusieron en primera fila, y lo pudo saludar. Le aconsejé que le escribiera una carta porque en ese momento no le iban a salir las palabras, y así fue. Cuando le dijo que iba de mi parte le dijo: "Decile que no haga lío"", contó con emoción.
Mónica recordó que el Papa les respondía las cartas de puño y letra y luego su secretario las escaneaba para mandar por mail.
"Yo lo había conocido desde que entré al Carmelo, en el 85, desde antes que fuera obispo. En el 87 viajé a Buenos Aires y pasé a verlo. Después cuando fue arzobispo también cada vez que iba pasaba a verlo. Me acuerdo que siempre me esperaba en la puerta del ascensor y charlábamos. Y ya después él llamaba todos los sábados al Monasterio", describió de su relación cotidiana con el Papa de quien dijo siempre la apoyó en su trabajo con las mujeres trans.
Salida de la Iglesia
Luego de muchos años de trabajo y fuertes logros, como lo fue la entrega de las viviendas a las mujeres trans, en medio de la pandemia esta monja recibió una visita del ya obispo de Neuquén, Fernando Croxatto, al monasterio de Carmelitas Descalzas. Su visita estuvo enfocada en revisar su accionar con las mujeres trans.
"Recuerdo que me preguntó si no me había cuestionado llevar una vida más activa que la vida de Monasterio. Y yo le aclaré que acompañaba a las trans pero sin dejar mi vida de monja", recordó Mónica de lo que vivió a partir de diciembre del 2020.
Un mes más tarde el obispo le comunicó que hermanas del Monasterio no estaban de acuerdo con el acompañamiento que realizaba a este grupo de mujeres.
Se fue a Buenos Aires un tiempo y cuando volvió a Neuquén las otras monjas que vivían con ella le pidieron que se vaya. Así que prefirió encarar otro camino antes que el trabajo que se hacía en Neuquén se desintegrara. Se fue a Córdoba, estuvo un tiempo pero allí pero recibió el mismo rechazo hacia su labor para con la comunidad trans.
"Así que ahí decidí tomar distancia porque si no iba a perder hasta la fe. Pedí un año, me vine a Buenos Aires, me dijeron que tenia que estar sin hábito, y finalmente me dijeron que tenía que dejar de ser monja", contó aun con dolor Mónica, quien después de 40 años de entrega a la Iglesia le pidió que le dieran un techo donde vivir.
Le brindaron un departamento en Caballito, y tuvo que aprender un nuevo oficio para salir a trabajar, y también para seguir ayudando. Se convirtió en podóloga y siempre tiene un turno para una mujer trans o para un enfermo que no tiene dinero para pagarle.
Mónica tiene 60 años y en su nueva vida sin hábito en Buenos Aires se dedica a brindarle compañía a los pacientes del hospital psiquiátrico Borda, también a muchas personas sin hogar. Además de la podología, aprendió a cortar el pelo y la barba a los hombres y ofrece ese servicio a quien lo necesita.
"Todavía tengo mucho dolor, nunca pensé estar fuera de la orden. Pero bueno ahora como voluntaria hago muchas cosas también, descubrí un mundo en la podología que es el rechazo que la mayoría tiene a sus pies. Y poder aliviar y curar esos pies destruidos me da tanta felicidad, ver sus caras de alivio", compartió.
Además, contó que muchos chicos de la calle a quienes ayuda le preguntaron si les daba asco cortarles el pelo y dijo que por el contrario adora verlos irse contentos y prolijos.
"Sigo ayudando a todos los que lo necesitan y por su puesto las que están de manera incondicional son las trans", concluyó.
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