Hace cuatro años un grupo de mujeres adultas mayores, de entre 59 y 83 años, formaron Abibombas, un grupo de percusión dentro del género de la murga, con el que reivindican el viejismo activo y saludable.
Hay un dicho que dice: “no es que no te mueves porque eres viejo, sino que eres viejo porque no te mueves”. Y otro que reza que “para muestra basta un botón”. Mabel cuenta que cuando se jubiló se pasó tres años sentada frente a la televisión. Su hijo intentaba alentarla a que saliera, a que fuera a clases de folclore, y ella se negaba rotundamente. Estaba convencida de que se había jubilado para quedarse en su casa.
“Fui a folclore y después fui a una murga y después llegó Abibombas. Y no paré. Pero si no hubiera sido por eso tal vez yo estaría en mi casa, me dolerían las piernas. Porque te pasa eso, te vas achicando. Que tengas años no significa que dejaste de vivir, aprendés a disfrutar, a gozar de otra forma”.
Mabel es Mabel Sotto y a sus 69 años forma parte de Abibombas, un grupo de percusión dentro del género de la murga junto a Susana Marcantonelli, de 63 años, Gladys Llorens, de 74, Angélica Díaz, de 83, y Azucena López, de 59. Las historias entre ellas se repiten. Gladys y Azucena cuentan lo solitarias que eran antes de sumarse al grupo, Angélica no se habría imaginado aprender a tocar instrumentos después de cumplir 80, Susana estudia entusiasmada conceptos y nociones nuevas sobre la vejez.
Es por eso que reivindican ser “viejas”, un término que se ha vuelto despectivo. Sobre todo, si consideramos la maquinaria cultural-publicitaria que intenta vendernos pócimas ilusorias para ir en contra de aquello que no podremos vencer nunca: el avance del tiempo.
Ser más que unas abuelitas simpáticas
“Chicas, les vengo a ofrecer enseñarles percusión”. Eso les dijo una tarde a quienes luego conformarían Abibombas, Paola Hidalgo, más conocida en el ambiente como Paito Banderín, educadora de nivel primario, recreóloga, y artista murguera con más de 25 años de trayectoria.
Las chicas adultas mayores (no, no es un oxímoron) bailaban en una murga y pensaban que la percusión era terreno exclusivo de la gente joven y en particular de los varones. “Eran como dioses para nosotras así que recuerdo que pensé ‘mirá que a esta edad nosotras vamos a poder hacer eso’”, cuenta Mabel.
Pudieron. Y siguieron. De la mano de Paito fueron aprendiendo a tocar, a cantar y también a profundizar en otros conocimientos. Los ensayos y el recorrido del grupo se transformaron en un espacio en el cual pensar y pensarse, en rehabitar el mundo desde nuevas lógicas.
“Fuimos encontrando quiénes queríamos ser y qué queremos representar. No queríamos ser unas viejitas que tocaran el bombo por pasar el momento nada más, sino aceptar nuevos desafíos, que cada cosa que surja nos lleve a otra. Por eso estudiamos y hacemos otras actividades”, explica Susana.
Suma Paito que el espacio de ensayo es un espacio de estudio y de reflexión, un espacio que contempla las edades de quienes integran el grupo. “Vamos buscando autores o autoras, ellas van siguiendo en el Instagram a otros grupos de adultas mayores y van llegando informaciones distintas, nuevos conceptos. Y así nos vamos nutriendo. Por eso no es sólo ‘qué lindas las abuelas tocando el bombo’ sino que son mujeres mayores y con un posicionamiento frente a otras agrupaciones del carnaval.”
En los momentos de ensayo, además, las Abibombas comparten muchas veces una comida a la canasta, un momento para hablar de lo que les pasa o de lo que no les gusta, para contar algo personal, para planear nuevos proyectos.
“Eso también se aprende: cómo hablar, cómo tratarnos”, dice Azucena y resalta que “todas logramos que el grupo salga adelante, acá nadie es más que nadie y nadie es menos que nadie. Es un círculo. Yo aprendí a tocar el bombo con platillo a los 57 años. Y te convencés de lo que sos capaz y te animás un poquito más cada vez”.
¿Y por qué el nombre, Abibombas? “Abi” viene de “abuela” y “bomba” es porque se identifican con la Bomba, nombre que representa al movimiento argentino de mujeres bombistas, del que Paito es parte. “El bombo con platillo fue tocado por varones durante más de 100 años y sigue siendo así. Y es un instrumento que siempre se asoció a lo masculino, a la fuerza, a los estereotipos de roles. Y este movimiento decidió hacer un relevamiento sobre cuántas mujeres tocaban este instrumento, al punto que las Abibombas son el único grupo en Latinoamérica de mujeres bombistas de esta edad”, destaca Paito, y menciona que también rescatan el término de “bomba” en el sentido de que este movimiento “estalla”.
Los prejuicios hacia los viejos
En los últimos años resuena más fuerte la idea de edadismo o viejismo. Se trata de la mirada negativa sobre las personas adultas mayores en función de su edad, lo que muchas veces fomenta que se las discrimine y se las subestime.
“Es como que todavía nos tienen en un rincón”, reclama Gladys, porque “hay una especie de desprecio por la sabiduría y la experiencia que podemos tener las personas adultas mayores”. El resto coincide y reivindica que una vez jubilada, una mujer puede hacer lo que desee sin quedar conminada a la tarea de cuidar a los nietos, tejer o mirar la tele. O hacer todo eso y más. Por eso promueven un “viejismo activo y saludable”.
Susana cuenta que estudian sobre la identidad de las personas mayores y enseguida trae a la mesa, a la que estamos sentadas compartiendo la charla, el libro de Ricardo Iacub “Identidad y envejecimiento”, uno de los tantos materiales que circulan en el grupo. “Esto nos lleva a cuestionar las viejas teorías de la mujer con rodete, como la abuelita de cuento. Nosotras notamos que cuando hacen el día de la abuela o el abuelo o del adulto mayor muestran siempre imágenes de viejitas a las que se les ve la enagua o que están tejiendo, ¿viste? Y lo que queremos es romper ese estereotipo”.
El mundo de la murga no está exento de reproducir esos estereotipos y de discriminar a las personas adultas mayores. Por eso, las Abibombas buscan poner en tensión esas lógicas en el ámbito en que se mueven.
“Abibombas provoca que empiece una mirada hacia dentro de ese mundo. Sin que nosotras les tengamos que estar diciendo a las murgas que incluyan a las personas mayores. Ellas solamente se presentan y las murgas mismas van haciendo su revisión, porque no sólo son mujeres adultas mayores sino también bombistas. A las personas más viejas se les suele dar los instrumentos más livianos, o que siguen el ritmo, como una pandereta o una maraca. Y a partir de verlas a ellas se mueven esas matrices de pensamiento, se rompen los estereotipos”, relata Paito.
Los viajes de la murga
Entre el 14 y el 16 de septiembre se realizó el 3° Encuentro de Bombistas en la localidad santafesina de Santa Fe. Hasta allá viajaron las Abibombas con mucho esfuerzo porque “era lejos y era caro, no por cuestión de ganas”, dicen.
Un de las organizadoras del Encuentro les dejó su casa para que pudieran estar cómodas y cerca del lugar en el que se realizaban los talleres y las presentaciones porque las y los participantes se alojaban en un camping, algo imposible para ellas: acampar no era una opción. “No es que somos delicadas, somos viejas delicadas. Tenemos buena onda, pero somos viejas. Y ya nos había pasado cuando viajamos a Bariloche, que paramos en un lugar alejado e ir en cole con los instrumentos se hizo muy difícil”, cuenta Susana.
Paito explica que, si bien fueron preparadísimas, hubo una revisión hacia adentro del equipo que organizaba el encuentro sobre cuestiones que hay que considerar cuando asisten adultas mayores, como las horas de exposición al sol, lugar donde sentarse, baños cómodos y accesibles, entre otras.
“Cómo será que está pensado para la gente joven que la quema de bombos se hizo a las 2 de la mañana y las chicas a las 11 ya estaban durmiendo. Cuando hablamos de inclusión y de diversidad, ¿pensamos también en las personas mayores? Ellas no pueden estar paradas más de media hora con el instrumento”, reflexionó.
Todo, de igual manera, se ajustó, y fue un éxito. Las Abibombas se quedaron encantadas con las atenciones que recibieron y con el resto de las actividades. Participaron en talleres de Dirección Musical, de Género, Defensa Personal y de Paisaje Sonoro, que es el que más les gustó.
El resto de participantes también quedó encantado y asombrado de lo que estas mujeres mayores ofrecen al movimiento bombista. Cuentan que uno de los participantes les confesó que al principio pensó “estas viejas qué van a hacer” y, finalmente, no sólo asumió su prejuicio y les pidió disculpas, sino que, además, las filmó y le mandó el video a su abuela para convencerla de que aprenda a tocar el bombo.
Además de Bariloche -adonde estuvieron en 2023 en el Encuentro Plurinacional de Mujeres y disidencias sexo genéricas- y Santo Tomé, las Abibombas se han presentado en San Martín y Junín de los Andes, Mendoza, y por la zona en Cipolletti, Fernández Oro, General Roca, Plottier, Cutral Co y Centenario.
Más allá de los lugares en sí, rescatan la importancia de estar en espacios diversos como escuelas, jardines de nivel inicial, un geriátrico, el hospital Castro Rendón, una ponencia de Salud o las salitas de los barrios. “Lo que menos tenemos son carnavales, lo que más habitamos son los territorios en los que nos podemos encontrar de cerca con la gente”, destacan.
El apoyo de sus entornos afectivos
En algunos casos es la familia, en otros, amistades o vecinos. De todos modos, las chicas acuerdan en que han sentido el apoyo y el acompañamiento de sus seres queridos. Aunque a muchos al principio les haya costado entender por qué esa abuela prefiere juntarse a ensayar y a tocar o viajar a quedarse en la casa y descansar después de tantos años de trabajo.
“Yo estoy contenta con mis hijas porque ellas me apoyan y me ayudan, cuando tengo una reunión, por ejemplo, me sacan volando de casa. Y están muy pendientes cuando viajo. ‘Tomá la pastilla’, me dicen, ‘tomá la pastilla, no te vas a quedar embarazada’”, cuenta a las risas Angélica y alrededor de la mesa bullen las carcajadas. Eso es algo que también hacen las Abibombas: reírse mucho.
Los nietos de Azucena la llevan y la traen cada vez que necesita y siempre la celebran por tener sus planes. “’Vamos a llevar a la vieja loca porque se va de joda’, dicen mis nietos riéndose. La verdad es que mis hijos nunca me dijeron nada y me han apoyado. Mi hija nos ha acompañado muchas veces. Saben que encontré un grupo en el que soy feliz, que es mi cable a tierra”, asegura.
Gladys no tiene familia acá en Neuquén, así que todo es por chat o por videollamada con su familia que vive en Jujuy. “Es mi nieta la que allá en el norte me hace toda la propaganda”, dice. Y acá sus vecinos la han apodado “la artista del edificio”, algo que la enorgullece porque para ellos es “la chica que toca y que baila”.
“Al principio es como todo lo nuevo, rompe, desestructura. Pero una vez que escuchan lo bien que la pasaste, que te ven en las fotos cómo disfrutás, la gente que te quiere entiende”, evidencia Susana.
Me muestra su remera. A mano, pintada por ella, una pregunta: “¿qué vas a hacer cuando te jubiles?”. Recuerdo a Pacho O’ Donnell, el psiquiatra y escritor argentino, quien a sus más de 80 años escribió también un libro sobre el tema, “La nueva vejez”. Una vez escuché a O’Donnell en una entrevista reflexionar acerca de una persona que, por ejemplo, se jubila a los 60 años y vive hasta los 90, y preguntarse qué hará esa persona durante esos 30 años, un período incluso más largo que otras etapas de la vida, como la niñez y la adolescencia.
En el caso de las Abibombas queda claro que aprovechan al máximo su etapa de vejez. Estudian, hacen música, tocan instrumentos, bailan. E inspiran. Con sus pelos trenzados o pintados de colores, sus remeras murgueras hechas por ellas mismas, sus carcajadas ruidosas, hacen de cada día un carnaval.
Podés encontrarlas en Instagram como @abibombas
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