Llorar es llegar tarde: la lección que no aprendemos de Bahía Blanca
Pese a la solidaridad que despiertan las inundaciones, la planificación y las obras quedan en segundo plano.
Científicos y ambientalistas lo dijeron hace rato. Hoy, sus presuntos presagios alarmistas aparecen a diario en los medios y en las redes sociales. Ya no son sólo glaciares derretidos sino también fenómenos meteorológicos cada vez más extremos y más frecuentes, que siembran sorpresa, dolor, gestos solidarios y una amnesia repentina que llega cada vez más rápido.
La Dana de Valencia estaba demasiado lejos y fue olvidada a toda velocidad. Bahía Blanca queda peligrosamente cerca, y mientras el agua no se escurra por completo, sembrará preocupación ante posibles temporales que podrían llegar en cualquier momento y a cualquier lugar.
Mientras el empuje solidario de los neuquinos llena camiones con artículos donados, científicos y ambientalistas repiten las mismas alertas ante los oídos más sordos de todos: esos que no quieren oír. Y así, cuando las llanuras pampeanas de Bahía Blanca absorban toda el agua de su tragedia, una nueva amnesia nos llevará a seguir el ritmo de antes, creciendo y avanzando cada vez más rápido, sin anticiparnos ante posibles desastres.
Los vagones y acoplados llenos de frazadas y bidones de agua potable suelen dar más rédito e impacto que unas obras millonarias que se hacen por las dudas. Pero sólo la anticipación puede reducir los daños de un temporal. Llorar es llegar tarde: cualquier lamento sólo evidencia una respuesta tardía a un problema que nadie quiso atender a tiempo.
En Neuquén, esas aguas fangosas sobre las veredas revivieron el recuerdo de la inundación de 2014. Desde entonces, se anunciaron y ejecutaron desagües pluviales en los que nadie reparó demasiado y que hoy quedan a merced de nuestros hábitos más sucios.
En el plano más ideal, las obras podrían pasar desapercibidas para siempre por falta de temporales, o ponerse a prueba con éxito ante una lluvia feroz. Pero también podría darse una crecida incontenible del río para desnudar la falta de planificación ante el riesgo, con construcciones en zonas inundables o represas que nunca se hicieron.
Y aunque era un tema ya advertido, viviremos otra vez la sorpresa y el dolor, un llanto que llega tarde y una amnesia que vendrá inmediatamente después, en un círculo que no termina.
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