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Mirta Bastías, el alma del comedor universitario de la UNCo en Neuquén

Hace 33 años que trabaja en este espacio para darle de comer a los estudiantes que concurren allí. Hoy está a punto de jubilarse, pero está muy feliz.

Es martes 25 de febrero y acá, en la sede central de la UNCo de Neuquén, todo es alegría y emoción: se inauguran las remodelaciones del comedor universitario, un espacio emblemático de la institución, que produce 4 mil viandas por mes para garantizarle a los estudiantes una alimentación saludable.

En el acto están presentes el Intendente de Neuquén, Mariano Gaido, el ministro de Salud de la provincia, Martín Regueiro, y la Rectora de la casa de estudios, Beatriz Gentile. Sin embargo, la mayoría de los flashes y los abrazos son para ella, para Mirta Bastías, una señora de 63 años desconocida para quien nunca haya pisado este lugar, pero una leyenda de la institución. Hoy, después de 33 años de ponerle el lomo a este espacio, está a punto de jubilarse. Y como si no pudiese haber mejor regalo antes de la despedida, hoy su querido lugar estrena una refacción integral.

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Su alma seguirá en el comedor de la UNCo

“Me voy pero mi corazón va a quedarse acá. Amo lo que hago, pero también entiendo que tengo que dar paso a otra gente, con otra energía, siento que me brindé al 100 por ciento”, dice Mirta, emocionada. La estrella del acto ya cortó la cinta, y ahora descubre una placa de agradecimiento a la Municipalidad de Neuquén, por el aporte de 50 millones de pesos para la realización de esta obra.

Mirta no escatima en elogios y agradecimientos. “El intendente Mariano Gaido anunció que seguirá apoyando a la universidad y me parece de gran nobleza. El aporte del municipio fue indispensable para todas las obras que se están haciendo”, dijo Mirta y agregó “en este momento en el que la universidad está siendo tan atacada, poder trabajar mancomunadamente creo que es lo que nos va a salvar”, asegura esta acérrima defensora de la universidad pública, quien a la multitudinaria marcha del año pasado en defensa de la educación pública asistió con sus dos nietos mellizos.

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De la UNCo a la casa

Ella dice que en apenas dos meses, cuando su jubilación esté consumada, se dedicará a ser abuela tiempo completo. Sin embargo, aun en actividad, a su labor diaria le imprime mucho amor de abuela y de madre. En cada gestión que realiza para que los estudiantes puedan disfrutar de unas buenas hamburguesas con puré o de unos canelones, ahí hay mucho más que un trabajo administrativo. Ahí está puesto el corazón. “Tenemos que cuidar a la universidad pública, y tenemos que defender cada espacio de los alumnos”, dice esta mujer que entró a trabajar a la universidad por concurso, allá por el año 1992, y que está a cargo del comedor desde el año 1997, lugar en el que se encarga de la administración, las compras, recaudar fondos, hacer vinculaciones y capacitaciones, y tantas otras tareas más.

En tanto camino recorrido, el comedor supo tener diferentes momentos: algunos de esplendor, en el que servían 1.000 platos de comida por día, y otros tiempos muy difíciles, como cuando tuvieron el gas cortado o durante la pandemia. En algún momento el comedor tuvo que financiarse exclusivamente con la venta de bonos, que siempre tuvieron un precio simbólico. En este difícil escenario, el equipo de trabajo tenía que hacer malabares para poder garantizarles a los estudiantes una comida saludable y nutritiva. Sin embargo siempre se las rebuscaron y salieron adelante, como la universidad misma. “Ahora desde la universidad nos dan un aporte, que nos da una mayor disponibilidad. Eso sí, históricamente trabajamos con productos de primera y todo fresco”, aclara Mirta.

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Décadas dedicadas al trabajo en el comedor

En estos tiempos de nostalgia y revisionismo, Mirta recuerda cómo fueron aquellos primeros años en los que tenía que tomarse dos colectivos para llegar desde barrio San Lorenzo a la universidad, con paso previo por barrio La Sirena, en donde dejaba a sus dos hijos en casa de su madre. “Valió la pena el esfuerzo. Con este trabajo pude criarlos, comprarme mi casa, mi auto”, dice Mirta emocionada.

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Con un equipo de trece personas, cada día Mirta tiene el gran desafío de buscar conseguir una dieta equilibrada y nutritiva, garantizando a los estudiantes el acceso a una alimentación nutritiva y de bajo costo. Los menús, que tienen un valor de 1200 pesos para estudiantes y 4.500 para el resto de la comunidad educativa, son de lo más variados: milanesas con ensalada, zapallitos rellenos, pollo al horno con papas, e incluso cada día tienen opciones para veganos y vegetarianos: “Los días que hacemos empanadas o pastel de papas el comedor estalla”, cuenta entre risas Mirta, quien agrega que en la actualidad producen unas 350 viandas por día.

A lo largo de más de tres décadas, Mirta vio pasar generaciones enteras de estudiantes. Muchos de ellos regresan años después para agradecerle, reconociendo la importancia del comedor en su vida universitaria. Un comedor que también es un espacio de encuentro y de contención. Desde que se implementó la merienda, en el año 2015, hay jóvenes que pasan el día entero en la universidad, y pueden permanecer en el comedor entre las ocho de la mañana y las ocho de la noche. “Si los estudiantes no pueden pagar, exponen su situación al área de becas y de esta manera puede acceder al plan alimentario de manera gratuita”, explica Mirta.

Ahora que el comedor luce hermoso, con renovadas cocinas, sala de capacitación, pintura integral del salón, computadoras, y espacio verde con mesas y bancos para uso diario, ahora sólo faltará Mirta. Y está muy bien, nuevas generaciones la reemplazarán, y ella podrá disfrutar de su jubilación. Además, como bien dijo ella, su corazón quedará aquí. También su legado, que permanecerá en cada plato caliente servido, y en cada estudiante que encontró en el comedor no solo un espacio de alimentación, sino también de apoyo y comunidad.

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