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La Mañana Muerte

Muerte de Kim Gómez: las víctimas y victimarios niños reavivan viejos debates

La edad de imputabilidad y las condenas son sólo algunas aristas de un problema más grande.

La muerte de Kim Gómez, la nena de 7 años de La Plata, conmocionó incluso a los que prefirieron no saber los detalles espeluznantes de un asesinato cruel. A diferencia de otros homicidios en ocasión de robo, esta vez, todos los protagonistas del delito -víctimas y victimarios- son niños. Y ese dolor renovado y repetido hasta el hartazgo en el Conurbano, reaviva los debates con respecto a bajar la edad de imputabilidad.

Uno de los señalados por la muerte de Kim tiene 17 años. Si un juez dictamina su responsabilidad, recibirá como pena la mitad de años que le corresponden a un adulto. El otro tiene 14 y podría estar recluido por un año en un instituto de menores antes de quedar otra vez en libertad.

Por eso, los pedidos para aprobar la ley del Régimen de Responsabilidad Juvenil no tardaron en aparecer. La polarización separa a los que piden que los delincuentes sean juzgados desde los 13 años con los que braman que “ningún pibe nace chorro”.

Y en el medio de los polos, los otros debates que no se ven, pero que sustentan esa punta del iceberg del crimen y el castigo. El padre de uno de los acusados entregó a su hijo y pidió que no lo suelten. Hace sólo 20 días, lo habían detenido por robar un auto y cuando la Justicia lo devolvió a su casa, el hombre no quería recibirlo. Pidió que lo lleven a algún lado y que lo traten por sus adicciones. Pidió ayuda. Pero nadie lo ayudó.

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Héctor entregó a su hijo a la Policía por ser uno de los sopechosos del crimen de Kim Gómez.

Héctor entregó a su hijo a la Policía por ser uno de los sopechosos del crimen de Kim Gómez.

Ahora ya es tarde. Pero ante las consecuencias irreversibles, también hace falta reavivar esos otros debates: la salud mental y el narco menudeo que se infiltra en los barrios pobres con demasiada facilidad; las responsabilidades en la crianza y esos hijos díscolos que atraviesan todas las clases sociales, desde la farándula hasta los sectores más humildes; o la eficacia de los institutos correccionales que duran sólo un tiempo y los dejan de nuevo frente a un contexto marginal que los empuja otra vez a esa vida que nadie elige, pero que a algunos les tocó.

El padre de uno de los acusados aseguró que su hijo iba a pagar por lo que hizo. Pero esa justicia agridulce no va a revivir a Kim. Las instituciones que no lo ayudaron a sacar a su hijo de la calle y de la droga no van a pagar por su desidia. La pregunta es si esas políticas, aplicadas a tiempo, hubieran salvado a la nena de una muerte atroz.

¿Alcanzan las penas ejemplares cuando nadie ataca la raíz de los problemas? ¿Qué hacer cuando víctimas y victimarios se entremezclan en un espiral de marginalidad? Quizás la respuesta sólo sea estar presente. Y, sobre todo, llegar a tiempo.

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