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Rosa, la centinela de la calle Alberdi desde hace dos décadas

Es un personaje reconocido del centro. Ordena el tránsito y vende tarjetas de estacionamiento. Confesó cómo es su relación con la gente y el significado de trabajar en la calle. "Estoy desde el primer parquímetro enfrente del Policlínico", recordó.

La señora estaciona su impecable SUV sobre un tramo de la calle Alberdi. Se baja toda elegante y mira el estado de su auto modelo 2024 antes de abandonarlo. Viste una pollera semi corta color camel junto a una camisa haciendo juego y anteojos Ray Ban de Carey, que le dan un toque especial a su rostro.

“Tengo que hacer un trámite. Puse un tarjeta (de estacionamiento) de una hora, pero del kiosco me dijeron que hable con vos en caso que tenga que colocar otra”, expresa la mujer mientras se acerca a Rosa. “Vaya tranquila señora. Yo se lo cuido”, responde ella.

Esa escena seguramente es una postal calcada y diaria con cada neuquino que deja su vehículo en una de las cuadras de la calle Alberdi, exactamente entre Santa Fe y Córdoba. Y también es parte de la vida cotidiana de Rosa Millaín, esa mujer diminuta, flaquita, de tez morena, de un metro sesenta, que todas las mañanas –hasta las 17,30- luce un chaleco color verde fluo para ordenar el tránsito o vender alguna tarjeta de estacionamiento medido. Tiene 63 años.

Son las 15.30 y en medio del calor y el viento, que ha decidido instalarse hace semanas –como en el Neuquén de los ’80 cuando los cardos rusos rodaban a toda velocidad por la barda-, la mujer se toma un descanso tras su labor. Se recuesta sobre un poste del alumbrado público pero eso no hace que su mirada siga atenta a lo que pasa en la cuadra, su cuadra desde hace más de 30 años, según contaron algunos comerciantes de esa zona.

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Rosa Millaín, la guardiana de la calle Alberdi de Neuquén.

Rosa Millaín, la guardiana de la calle Alberdi de Neuquén.

“Yo soy neuquina pero alquilo en Río Negro hace como 14 años ya. Antes anduve por todos lados acá (por la ciudad)”, contó Rosa, quien primero se mostró reacia y luego se fue soltando en la charla.

De acuerdo a la lista de comunidades mapuches neuquinas, el apellido de Rosa tiene su procedencia en el departamento Loncopué (significa Cabeza de caciqué) junto a los Mellao Morales y Kilapi. Y cuando uno la tiene enfrente, su rostro marcado por algunas líneas hablan por sí solo, una característica del neuquino de raza del norte y sur. “Había un policía Millaín que trabajaba –a pocos metros de la parada de Rosa se encuentra la Comisaria Primera- pero no lo vi más. Ese me conocía como si fuese mi hermano, siempre me saludaba cunado pasaba con el patrullaje”.

"Acá no tengo familia"

La pequeña y flaquita mujer, que casi siempre calza borcegos, no tiene bien claro algunos registros de su pasado. No sabe en que hospital nació o en que barrio vivió en los primeros pasos de su vida, pero tiene claro que es de Neuquén. Cuando se la consulta sobre sus padres no da muchas vueltas: “Eso no te lo puedo decir, es privado”, suelta. Igualmente, se atrevió revelar: “Acá no tengo familia. Tengo una sola hija (Paula) que se fue a trabajar a Córdoba. Es enfermera”, detalló. “Nunca me casé”, acotó. Rosa fue quien se encargó de costear los estudios de su hija.

También se animó a contar que tiene cuatro hermanos: “Uno falleció de cáncer, era el más grande. Yo soy la del medio. Tenía 18 años cuando él murió”.

Rosa alquila cerca del cementerio de Cipolletti en la calle Perú. Y sus días se inician a las 4.30. Toma rápido su mate cocido o unos mates, se calza su indumentaria de trabajo y a la parada de colectivo, que la depositará en esta ciudad esperando por el caótico tránsito que suele ser la zona céntrica. “A las 6 ya salgo porque los colectivos no vienen enseguida. A veces tenés que espera hasta una hora”, se queja.

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Rosa con su característico chaleco verde fluo.

Rosa con su característico chaleco verde fluo.

“Acá estoy –en Alberdi- desde que estuvo el primer parquímetro enfrente del Policlínico. Se ponían fichas. Ahora trabajo con el estacionamiento con las tarjetas de SAEM y cuando la gente no tiene, yo se las vendo. El municipio me dejó estar acá”, afirmó. Esa no es la única actividad que posee porque también se encarga de entregar y vender diarios: “Me dan unos diez. Antes los domingos vendía en la esquina del Banco Provincia”.

Cuando llega, Rosa cuenta con un desayuno o refrigerio; el personal del buffet del Policlínico le tiene preparada una vianda. “La gente del Policlínico es muy buena y siempre paso a buscar el desayuno y lo tomo afuera (en la calle). A veces no como. Si no, compro algo en el kiosco Franc. Por ahí alguien que viene me dice ‘te compro un sanwichito’ o me lo trae. Si lo conozco al señor lo acepto, si no, no. Soy así… Después a la noche ceno bien en mi casa porque paso a comprarme algo”.

La gente, los prejuicios y las conductas

Para el transeúnte que frecuenta o pasa seguido por la Alberdi, Rosa es una figura vuelta personaje de la calle. Hay una parte que desconoce realmente quién es. Otra que no la toma muy seriamente porque suele pensar que padece algún desvarío en su salud mental, una parte que la subestima, y una fracción que se acercan para ayudarla como es el caso de las personas que tienen su actividad profesional o negocio en esa cuadra.

“De Roca, Allen, Cutral Co, Zapala, vienen a Neuquén hacer trámites y también van al hospital a visitar a sus familiares que están enfermos. Hay mucha gente que siempre estaciona su vehículo en esta calle. Acá en la cuadra todos me conocen. Se fueron casi todos porque hay nuevos empleados”, acotó

Sobre la relación que tiene la gente con ella, asegura que se comporta “más o menos”. “Ahora está cada día peor, muy difícil. A veces llegan y no te preguntan nada. Vos le querés preguntar algo y te contesta de otra forma fea. No es que me tratan mal pero se enojan por el estacionamiento. No me insultan. Yo trato de ordenar el tránsito. En la esquina no hay semáforo (por la intersección de Alberdi y Córdoba)", describió.

Dos accidentes

Quien observa el andar de Rosa en la cuadra podrá notar que es dificultoso. Es que la mujer tuvo dos accidentes. “Uno fue en Neuquén y el otro en Río Negro. Me revoleó un auto a las 7. Me dejó –el conductor- y quedé muy dolorida de la rodilla derecha. Viste como ahora anda la gente…toma mucho alcohol. Veo que el alcohol se toma de día en las confiterías y después salen mareados manejando. Eso no me gusta”, reveló.

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Después del atropello, reveló que en el Policlínico la ayudaron y le dieron calmantes. “Cuando estoy mucha horas caminando la pierna me duele. El médico me dijo que tengo que hacer reposo pero no me gusta. No estoy acostumbrada a quedarme en cuatro paredes. No me conviene”, sostuvo.

Por qué usa barbijo

Rosa no es empleada de SAEM, sino que ella compra las tarjetas de estacionamiento y las vende con un valor agregado, según comentó Carolina, la dueña del kiosco Franc, una de las personas de confianza que tiene.

“Las vende a 100 pesos más de su valor. A veces la gente que está apurada se la compra. Como no tiene Mercado de Pago, muchas veces las manda al kiosco a comprar y nosotros luego le damos el dinero”, contó Carolina.

“Ella deja siempre su bolso y su termo acá. Le gusta tomar Coca Cola. Muchas personas preguntan si ella es de tránsito. Algunos se sorprenden porque Rosa se acerca a ofrecerle tarjetas o estacionamiento. Siempre trata de ordenar los autos en la cuadra. A veces hay gente que se va sin pagarle pero hay otra que le da una propina”, detalló.

Carolina contó que Rosa siempre utiliza barbijo porque dice que la gente cuando le habla a veces la saliva: “Me contó que se sigue cuidando después de pandemia porque dice que se puede infectar de cualquier cosa o contagiar. Por eso siempre la van a ver con barbijo".

Otro detalle que reveló la dueña del Kiosco es que Rosa no acepta dinero. “Ella dice que viene todos los días a ganarse su plata. Únicamente acepta cosas de los vecinos como ahora cajas navideñas. Igual, es como no le gusta mucho la caridad, se crío así”.

Carolina también comentó que Rosa tiene dos nietos: “No sé qué pasó con su hija porque se fue de un día para el otro a Córdoba. A veces la llama por teléfono para que le transfiera plata”.

"Tiene nietos de unos 20 años pero no los ve. Cuando no te quiere contar algo te dice ‘No sos mi familia, no te importa. La han tratado mal y por eso es bastante desconfiada. Cuando está relajada te hace siempre una broma”, reveló

Fátima, quien trabajaba en uno de los edificios sobre Alberdi, empezó a trabajar en el 2008 y fue una de las personas que más cerca estuvo de Rosa. “Cuando comencé en el edificio que está pegado al kiosco, Rosa ya era un personaje en la cuadra. Hay gente que la quiere y otra que no. Y creo que el problema es porque Rosa no se deja conocer”, sostuvo Fátima.

“Cuando uno la comienza a conocer, empezás a valorarla y a entender. El que no sabe el sacrificio que hace Rosa para vivir le debe dar igual: verla en la calle con frío, lluvia. No ha faltado un día a trabajar por más que esté enferma. Es una persona muy sacrificada y ojalá muchos jóvenes tomaran su ejemplo. Se ha venido caminado desde Cipolletti a buscar sus diarios cuando los colectivos no pasan”, destacó.

“Rosa es una persona que estuvo trabajando mucho tiempo en la calle, y trabajar en la calle no es fácil. Rosa es la calle Alberdi y la admiro”, concluyó.

Vida solitaria

De acuerdo a su relato, Millaín transita una vida prácticamente de manera solitaria a pesar de sostener que la conoce mucha gente. “Vivo sola y le alquilo a unos evangélicos. Me gustaría tener un perro y un gato pero no me consienten”, expresó.

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Cómo es el trato de Rosa con la gente.

Cómo es el trato de Rosa con la gente. "Está cada vez peor, pero no me insultan", dice.

Los domingos que no trabaja. Dice que se queda ordenando su casa y lavando su ropa. No sale mucho y pasas algunas horas frentes al televisor, que solo capta la señal de los canales de aire. “Veo Canal 7 y 9, con eso me arreglo. No necesito poner cable. Veo fútbol porque soy de River”, aseguró.

Sobre algunos gustos culinarios que se da, se explayó: “Me gustan los bifes, las milanesas de carne y pollo, de todo. Lo que no me gusta es el agua. Tomo muy poca. Los chicos del kiosco me retan porque me dicen que tengo que tomar mucha. El maté sí, me encanta”. Antes de empezar a trabajar en la calle Alberdi, contó que fue empleada doméstica en una casa de Cipolletti.

“Con el estacionamiento si me va bien sacó $20 mil. A veces seis mil, depende como venga el día. Estoy jubilada pero cobro muy poquito. Yo empecé a los 17 años a trabajar. Me ayudaron a jubilarme. Algunas veces cuando la gente se da cuenta que le cuido el vehículo me da dinero. Me ayuda. A mí me gusta ganarme mi plata. La ropa me la compro yo. No me gusta que me la regalen”, dijo.

Rosa explicó que no pudo dedicarse a estudiar porque tuvo que ponerse a trabajar para ganar plata. "Las dos cosas no podía hacer. Estudié en la Escuela 53 de Cipolletti hasta séptimo grado. Mi hija sí se recibió de todo”, afirmó.

En víspera de Navidad y Año Nuevo, contó que la va a pasar sola. “No me gustan la fiestas. Mi hija no va a poder venir porque sale muy caro el colectivo. Por ahí me llama para saber cómo estoy”.

En cada urbe del país, en los barrios, en rincones remotos, existe más Rosa Mallín. Personas que se convierten, sin quererlo, en actores o personajes conocidos. Todo el mundo los puede observar, cruzar alguna vez, acercárseles. Pero nadie o muy pocos saben cuál es su verdadera realidad.

En el caso de la “centinela” de la Alberdi, se arregla con poco y es feliz a su manera. Y lo único que desea tener en este momento es un nuevo chaleco verde fluo. “A mí me gusta lo que hago, me gusta estar en la calle. Vos podes comprarte la mejor ropa, podes tener las mejores cosas en tu casa y por ahí no te sirve para nada. Yo no quiero nada. Prefiero morirme en la calle”, concluyó.

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