Los nuevos discursos oficiales parecen haberle cambiado el nombre a una histórica región de la provincia. Buscan recuperar el lustre original de una zona olvidada de Neuquén.
Si es verdad que sólo existe aquello que se puede nombrar, no es difícil entender por qué cada gobierno que llega al poder lucha por cambiar o imponer sus propios nombres. Calles, centros culturales y hasta regiones enteras llevan denominadores que son más que simples homenajes a próceres del pasado: tienen un peso histórico y político que, desde un cartel inerte, logran seguir pujando por imponer una narrativa propia.
En diciembre de 2023, cuando el gobernador Rolando Figueroa se sentó en el sillón de Roca y Rioja, una frase se repitió en los discursos y entrevistas. "Es la hora del norte", decían, quizás en referencia al lugar de procedencia del flamante mandatario, que había sido intendente de Huinganco y también de Chos Malal, la histórica capital de la provincia.
Hasta entonces, el norte neuquino era una tierra olvidada al borde de las fronteras, una promesa de turismo emergente que no emergía jamás; un conjunto de pueblitos pintorescos con sus cerros salpicados de pinos y araucarias, con una identidad pura latiendo como un diamante en bruto pero opacado por una carencia eterna. Y esta semana, tras la inauguración de una ruta entre Andacollo y Huinganco, la hora del norte llegó con un nombre nuevo, que no era más que una denominación vieja para recuperar el lustre del pasado.
"Muchos dicen, ¿por qué si somos el Norte Neuquino ahora nos dicen Alto Neuquén?", se preguntó Figueroa antes de cortar las cintas en la ruta 39. Y aclaró que el nombre no tiene nada de nuevo. En realidad, fue acuñado en 1903, cuando el padre salesiano Lino del Valle Carbajal hizo cumbre en el Volcán Domuyo, la cima de la provincia, y describió su paso por el Alto Neuquén, por esa misma ruta que serpentea como el río y que esta semana estrenó su pavimento.
Recuperar un nombre viejo puede ser una forma de saldar una deuda histórica con una comunidad acostumbrada a conformarse con promesas vacías. Puede ser un arma de la nostalgia que desempolva las glorias de una antigua capital, y hasta un despojo de ese nombre anterior, siempre asociado con la aridez, la soledad o el olvido.
Para el gobernador, que plasmó ese término también en la ley de regionalización aprobada en noviembre de 2024, el nombre es también una lección de historia. Dijo que conocer ese pasado es la forma de reconocer la neuquinidad: esa identidad forjada a fuerza de mestizaje y ansias de progreso, un denominador común para todos los que habitan el suelo neuquino.
Despojarse del norte olvidado para volver a ser el Alto pujante de Neuquén parece marcar ese camino: el del hacer. Porque cualquier nombre que se elija será sólo una palabra si no llega con un verdadero federalismo interno, que se hace más con políticas públicas que con un diccionario.
Y en un contexto de crecimiento demográfico acelerado, Figueroa consideró que haber nacido en este territorio no es condición necesaria para hacer gala de la neuquinidad, pero sí lo es esa pujanza compartida entre los que llegaron ahora y los que estuvieron siempre, en ese mestizaje infinito que crece, pero sigue siendo raíz.
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