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La Mañana abuelo

Su abuelo cocinaba para regalar a los vecinos, heredó el libro de recetas y ahora vende sus delicias

Sin planearlo, Cintia hoy sigue el legado de su amado abuelo, ese con quien compartió horas de cocina cuando era chica. Quiere honrarlo con esas preciadas recetas que guardan una historia de superación, amor y agradecimiento.

Alberto Cebrero era panadero y pastelero de puro oficio, ese que aprendió cuando la vida lo encontró solo en la calle desde muy pequeño y tuvo que rebuscárselas para salir adelante. Sus recetas quedaron escritas en una libreta y cuando falleció llegó como un legado a las manos de Cintia, una de sus nietas, esa que desde chiquita se levantaba de madrugada para ayudarlo a cocinar. Las vueltas de la vida hicieron que las recetas volvieran a prepararse después de varios años y, sin planearlo, hoy forman parte de un emprendimiento que crece gracias al "boca en boca" de quienes las probaron y afirman que tienen el mismo sabor de las que hacía el abuelo.

"Su cocina era magia, tenía un apartado de su casa donde había instalado todo, el aroma que salía siempre era único, pasabas por la cuadra y ya lo sentías. El ruido de la batidora era especial, entrabas y tenía un horno industrial gigante, su mesada de granito, sus utensilios colgando, los ingredientes en canastitas. Tenía otra cocina aparte, una batidora grande y un mueble donde guardaba fuentes, platos y una ventana que daba al parque, a su vez estaba en contacto con la naturaleza. Pero entrar ahí era pura magia", recordó Cintia Aguirre en diálogo con LMNeuquén.

Tiene 39 años, nació en Buenos Aires, pero vive en Neuquén hace 12 años, desde que conoció a Fernando, su pareja, y decidió venir a vivir con él. En octubre de ese año (2013), su amado abuelo falleció y recibió un invaluable regalo: su libro de recetas. Había quedado guardado como un preciado tesoro, hasta que en pandemia -ante la necesidad de generar un ingreso extra- decidió "desempolvarlo" y comenzar a prepararlas. Las ventas fueron creciendo de a poco y así nació el emprendimiento "Los dulces del abuelo".

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Cintia estudió diseño de interior y trabaja en un local de muebles desde el 2015. En la pandemia seguía trabajando desde su casa, pero su marido quedó desocupado y fue ahí que surgió la idea de emprender. "Necesitábamos un ingreso más de dinero. Como nuestros amigos habían probado siempre cosas que hacíamos y nos decían que estaban ricas, Fernando me dijo '¿por qué no empezamos a cocinar?' y fue ahí que buscamos las recetas de mi abuelo", contó.

Pero comenzar a preparar la comida que hacía su abuelo no fue una tarea fácil: cocinaba casi todo industrial, por lo que una receta podía tener hasta 50 huevos y muchos kilos de harina. "Buscamos alguna fácil y empezamos con los alfajores de maicena. Después en el recetario tenía de todo: cremas, pan dulce, roscas, pastafrola", detalló.

"Siempre me gustó la pastelería, a mi marido igual, lo hacemos los dos. Mi sueño siempre fue tener una pastelería con el nombre de mi abuelo, muchos años antes de venirme a vivir acá siempre dije que, si lo tenía, iba a ponerle su nombre. Me gustaría perfeccionarme, poder estudiar la carrera. Cuando empecé a estudiar diseño de interior fue porque económicamente no podía estudiar pastelería, pero sé que en algún momento de mi vida lo voy a hacer para sumar más conocimientos", relató.

La cocina lo salvó

La vida de Alberto no fue fácil, pero su fortaleza permitió cambiar su destino. Aunque mucho tuvo que ver la ayuda de los demás, de quienes lo cobijaron cuando quedó en la calle con apenas 4 años, ya que fue abandonado por sus padres. Vivió en diferentes lugares donde varias familias le dieron cariño, lo cuidaron y fue en uno de esos lugares donde comenzó a conocer el mundo de la panadería y pastelería.

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"Fue pastelero de oficio, no porque haya estudiado. Él encontró el refugio en la panadería y lo ayudaban. Donde había lugar se quedaba", contó Cintia.

Alberto nació en Olavarría, Buenos Aires, y después se fue a vivir a Paso del Rey. Ahí hizo su casa y formó su familia junto a Italia. Tuvo tres hijos (Rosa, Cristina y Carlos); siete nietos (Agos, Juani, Federico, Facundo, Franco, Aníbal y Cintia); y dos bisnietos que no alcanzó a conocer.

Toda su adolescencia trabajó en panaderías, de más grande empezó a trabajar en Gas del Estado y anduvo un tiempo por Neuquén y Zapala. Cuando se jubiló se dedicó a cocinar en su casa.

Cocinar para los demás

Cintia recuerda que el abuelo nunca tuvo una panadería propia, pero en su casa montó lo que él llamaba su "laboratorio", el lugar donde cocinaba sus recetas. Tenía una batidora industrial, un horno industrial y una mesada grande con todos sus utensilios. Ahí preparaba todas sus recetas, esas que solo cocinaba para regalarle a los demás.

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"Él siempre, para cada evento de algún vecino, hacía todo y les regalaba. En los cumpleaños de 15 de alguna chica preparaba la torta y toda la mesa dulce. Es que fue un agradecido de lo que le pasó, quería devolverle a la gente - con la comida - un poco de lo que le dieron. Decía que no necesitaba quedarse con cosas, la gente sabía de su historia porque fue uno de los primeros del barrio, conocía a todos", afirmó.

Nunca quiso vender la comida que preparaba en su casa, porque sentía que tenía que regalarlo, montó todo solo para poder cocinar y regalar. Eso fue lo que hizo durante muchos años hasta que falleció a los 76 años, en octubre del 2013. Durante su vida tuvo muchos ACV, pero nunca le habían dejado secuelas graves, hasta que el último episodio complicó un poco su salud.

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"Cuando yo era chica estaba siempre en la cocinando con él, miraba las recetas y ya cuando era un poco más grande me levantaba a la madrugada para ir con él y cocinar juntos. Su especialidad fue siempre el pan dulce y las roscas, para las fiestas siempre preparaba mucha cantidad, nos levantábamos a las 5 de la mañana para cocinar y regalarlos. Siempre fui consciente de lo que mi abuelo hacía, él siempre fue muy agradecido. El haber vivido en la calle le hizo pensar que no quería que nadie pase hambre, hasta invitaba a gente que estaba en la calle a comer en su casa", recordó.

El legado

Italia (la abuela) tenía en claro que ese preciado libro de recetas que dejó Alberto no podía quedar guardado, que debía estar en las mejores manos, por eso cuando él murió decidió regalárselo a Cintia, la nieta que siempre lo acompañó en la cocina y lo admiró. "Ella sabía que era la única que iba a cuidar el cuaderno de recetas, fui la que estuvo siempre metida cocinando con él, por eso cuando viaje después de la muerte decidió regalármelo", dijo emocionado.

Con las hojas oscurecidas por el paso del tiempo, el libro tiene escritas más de 50 recetas de puño y letra, todas por orden alfabético, entre las que se pueden encontrar pan dulce, budines, alfajores, bizcochuelos, facturas, cremas, roscas.

"Cuando mi abuela me lo dio sentí que era una responsabilidad muy grande, sabía que tenía que guardarlo bajo llave y aunque siempre fue mi sueño tener una pastelería, nunca me imaginé hacer un emprendimiento con las recetas de mi abuelo, porque eso implicaba que tenían que salir iguales", reconoció. "Cuando mi abuela me lo dio sentí que era una responsabilidad muy grande, sabía que tenía que guardarlo bajo llave y aunque siempre fue mi sueño tener una pastelería, nunca me imaginé hacer un emprendimiento con las recetas de mi abuelo, porque eso implicaba que tenían que salir iguales", reconoció.

Con el paso del tiempo, su mamá también empezó a mandarle encomiendas con cosas de Alberto, porque su abuela le pedía, por eso ahora tiene bandejas de cocina que usaba él, un batidor, picos de las mangas, delantal, y varios elementos más.

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La gente sabe que Cintia hoy crece con su emprendimiento donde prepara las recetas de Alberto, por eso siempre cuando viaja le piden que cocine. "El pan dulce que él hacía tiene un secreto que no aparece en ningún lado, no lo puedo revelar, pero por eso es el mejor. Una Navidad los hice, entró uno de mis primos y no pudo contener el llanto porque dijo que era el mismo aroma", reveló.

Esos pan dulce, budines, alfajores y otras delicias más son las que vende a través de Instagram, pero asegura que lo que más le sirvió fueron las recomendaciones de boca en boca. "Cuando hicimos la primera vez pan dulce vendimos 10, pero al año siguiente ya fueron 50. Los pan dulce son lo más solicitado a fin de año, pero en enero los budines son la estrella porque la gente lo quiera para llevárselo al río o al lago", contó.

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Por ahora el emprendimiento seguirá desde la cocina de su casa, pero el anhelo es poder algún día abrir su propia pastelería en honor a su abuelo, ese hombre morrudo, morocho, que con los años fue sumando canas aunque mantenía sus cejas bien negras; ese que la miraba siempre con una sonrisa y que hasta el último día siguió cocinando como si fuera el primero.

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