Todero y Rodríguez, dos familias inmigrantes que poblaron el Alto Valle hace más de un siglo
Los destinos unieron a estos grupos que provenían de Europa y que formaron una gran familia de pioneros que echaron profundas raíces en tierras patagónicas.
Esta breve reseña de una vida en 100 años está destinada a ilustrar a mucha gente que no supo del hacer y proceder de los inmigrantes italianos y españoles y sus descendencias que poblaron gran parte de este Alto Valle de Rio Negro y Neuquén.
Quiero transmitir humildemente las vivencias de estas familias de inmigrantes de las cuales provengo y que no solo por mi condición etaria he vivido buena parte de ellas, sino que también me interesé por conocer como fueron los lugares originarios de los que provenían y del por qué de las raíces, que con firmeza mantienen en pie el árbol genealógico. La valija del inmigrante, no estaba destinada a vivir un viaje en confort como hoy conocemos, sino que tomaban su valija para no retornar y morir muy lejos de su lugar de origen. Estas vidas que van a conocer, no se vivieron con dolor, porque fueron felices con lo poco y con lo mucho, pero siempre con esperanza.
Liliano y Encarna, ambos hijos de inmigrantes, fusionaron perfectamente la esencia de sus orígenes, dándole el matiz de la juventud con una vida más acorde a los tiempos. Fueron esforzados emprendedores como si fueran nuevos inmigrantes. Jamás pensaron que fuera demasiado difícil porque siempre pusieron su energía y alegría por delante, aun en los momentos más adversos.
Eran muy sociables, progresistas, solidarios y espontáneos. Fueron grandes amigos de sus amigos y queridos por todos los parientes y vecinos. Nunca tuvieron pensamientos adversos para nadie, pero si seguros de sus convencimientos y opiniones.
Yo quiero transmitir en particular la actitud de ambos para conmigo, cuando llegado el momento de decidir mi futuro, que era diferente al mandato común de las tradiciones familiares, no solo no pusieron objeciones sino que me apoyaron y alentaron. Mi padre decía: “Cada uno haga lo que sienta, pero que lo haga bien”.
En recuerdo mis padres. A Liliano en el día de su cumpleaños 100° celebrándolo en el Barrio Don Liliano y a Encarna en la reinauguración de la plaza que lleva su nombre.
Para los nuevos moradores de estas tierras el deseo de infinita felicidad.
Héctor Carlos Todero
Familia Todero-Comuzzi y ancestros
Oriundos de Perteole, un pequeño pueblo del antiguo Imperio Austro-Húngaro, fueron italianos luego de la Primera Guerra Mundial, en la Región Friuli Venezia Giulia (FVG), en la Provincia de Udine, al noreste de “la bota italica”.
Hacia fines del siglo XIX Massimino Giacomo Todero y Caterina Comuzzi conformaron una familia que en 15 años sumaron 11 hijos: Ines, Angel, Teresa, Maria, Jose, Massimino, Costantino, Yolanda, Aurelia, Ernesto y Antonia.
Pero la durísima Primera Guerra Mundial, se llevó al hombre de la casa y devino la tristeza, pobreza y tiempos difíciles para esta familia tan numerosa.
En búsqueda de oportunidades con nuevos horizontes y vinculados con Ferruccio Verzegnassi, farmacéutico oriundo de Gorizia (FVG) y ya afincado desde principios de siglo en Argentina y específicamente en Neuquén, se decide en familia tomar el riesgo y la aventura desde Perteole al puerto de Trieste, abordando el vapor Sofía el 9 de enero de 1924, luego que Ángel cumpliera con el servicio militar en Venecia y celebrara en Perteole su matrimonio con Teresa Burg. Fue un paso decisivo e importante que cambiaría para siempre la vida de ese grupo familiar.
El 12 de febrero de 1924, arribó el tren a Neuquén con Catalina y su prole, a una geografía diferente y casi sin historia. Todo estaba por hacerse y abocados a las tareas domésticas y rurales en distintas chacras (Dasso, Carro, Moretti), logran su primera tierra en la actual intersección de las calles Aguado y Tronador. A partir de allí se van gestando otras chacras en las Colonias Confluencia y Valentina y cada uno fue conformando sus propios grupos familiares emparentándose con las familias Tonca, Burg, Fornasin, Firman, Oliveros, Reznik, Sancho, Restuccia y Sig, Otros fueron comerciantes y ferroviarios, pero en todos los casos el esfuerzo y sacrificio por desarrollarse y progresar estaba presente en cada accionar, en las tareas propias de cada uno e integrándose a la sociedad donde tuvieron una intensa actividad en diversas instituciones cooperativas de producción frutihortícola, cooperadoras, e instituciones sociales o deportivas. Pronto se adaptaron al medio y las costumbres. Eran verdaderos gauchos que amaron por siempre este lugar hospitalario.
Ya fallecida Catalina (1952) y al cumplirse los 30 años del arribo de la Familia Todero a Neuquén (1954), hicieron una gran fiesta en la chacra de Colonia Valentina de Ángel y Teresa, que inauguraban un hermoso chalet, celebrando además las escrituras divisorias de los bienes adquiridos con tanto trabajo. Para ese tiempo los 11 hijos de Catalina habían gestado 32 primos hermanos en tercera generación en Neuquén y ya había algunos de lo que sería la cuarta generación (yo incluido). Al tiempo de este relato ya hay dos generaciones más, sumando un aproximado de 200 parientes sanguíneos, más todas las conformaciones familiares.
En agosto de 2023, por inquietud de los 63 bisnietos de Catalina Comuzzi de Todero, ella fue declarada “Inmigrante Pionera” por Ordenanza 14550/23 CD, y el 12 de febrero de 2024, al cumplirse los 100 años de la Familia Todero en Neuquén, se realizó un sentido homenaje en la tumba que conserva sus restos en el cementerio Central de Neuquén, estableciendo contacto con parientes y gente de Perteole. También se escribió una reseña histórica de los 100 años (presentada en Italia y Neuquén), se inauguró una Plaza que lleva su nombre en Colonia Confluencia, se plasmó esta hermosa historia de inmigrantes en un mural en calle Jujuy y finalmente una multitudinaria reunión, donde hubo, más homenajes, encuentros y reencuentros, mucha alegría y los deseos de hacerle saber a tanta gente que se fue sumando en tiempo decididos a adoptar a Neuquén como su lugar y que se sigue sumando.
Los que hoy somos mayores, la denominada cuarta generación en Neuquén y que conocimos otros tiempos, formas y costumbres de vida del pueblo de Neuquén de ayer y vivimos los tiempos actuales tenemos la alegría y hasta la obligación de transmitirlo, a todos aquellos inmigrantes externos e internos que han adoptado en los últimos tiempos a Neuquén como su lugar.
El Perfil de Liliano
Del matrimonio de Angel Todero y Teresa Burg celebrado en Perteole en 1923 y arribados a Neuquén el 12 de febrero de 1924, nació el 29 de enero de 1925 el primer descendiente argentino de aquella gran familia de inmigrantes. Sus padrinos fueron Ferruccio Verzegnassi y su esposa Augusta Velicogna.
No solo fue el primero, sino que creo que será el único que lleve ese nombre tan particular como característico, que lo hacía -en el tiempo y en su personalidad-un hombre muy especial. Y como si fuera poco, su segundo nombre era Leopardo. Lo real y concreto es que entre un italiano con poca lengua castellana y un funcionario no tan preparado, le terminaron dando el nombre de un gran animal cuando en realidad querían nombrarlo como el gran escritor Italiano Leopardi. Pero ese Liliano Leopardo llevó por la vida y de por vida dos nombres a los que le hacía honor, por único y aguerrido. Donde pasó y quienes lo conocieron supieron de su impronta.
En su infancia, adolescencia y juventud hizo dos veces el último año de la escuela primaria, esperando una secundaria, que por entonces no llegó y así conoció la tierra como único horizonte y como medio de trabajo y vida. Junto a su padre y tíos fue agricultor, tambero y también uno de los primeros lecheros casa por casa en un carrito de aquel antiguo Neuquén. Aprendió el oficio de ladrillero, para hacer las casas de todos los parientes que iban formando familias. Tenían sus propios hornos, y algunos de esos ladrillos también forman hoy parte del viejo hospital de Neuquén y otras edificaciones particulares de la época que seguramente ya le cedieron el espacio a las moles de cemento que se erigen por toda la ciudad.
Cumplió con el servicio militar en Covunco y allí, por su destreza con los animales y capacidad de mando de las tropas, maniobras y adaptación al régimen militar fue tentado por los altos mandos para ir a perfeccionarse y continuar la carrera militar, pero para sorpresa de sus superiores optó por la negativa, aduciendo que, si bien entendía la obligatoriedad del servicio, él prefería no pertenecer a una estructura, sino que deseaba ser libre.
Tenía espíritu libre, pero no lo era tanto, porque la tierra atrapa y especialmente cuando la opción es un campo bruto donde hay que poner mucho más que esfuerzo, hay que agregarle ideas para su desarrollo y mucha pasión, porque no siempre la tierra devuelve con gratitud todo el empeño puesto en las tareas.
Los Todero siempre optaron por emprender desde abajo sus proyectos, así lo fueron las chacras de Colonia Valentina, Campo grande, y todo lo que hoy quedo debajo de los emprendimientos de los Barrios Cerrados. Desmontar, emparejar, nivelar, irrigar, preparar la tierra y los cultivos de frutas, verduras y hortalizas, nunca habla de los hombres y mujeres que quedaron aferrados por querer transformar un terreno agreste en un vergel. Con mano de obra -rastrones primero y con tractores luego- se fueron haciendo los espacios cultivables como otros tantos chacareros. En algunos casos eran verdaderas batallas contra las crecidas del río que siempre se llevaba parte de lo avanzado y entonces había que volver a empezar, defendiendo las costas implantando como defensa álamos y sauces especialmente, matas espinudas y cardos rusos, cubriendo las partes bajas para que la memoria del rio no retome su cauce de otros tiempos. Esas espinas y las bajas temperaturas del agua en invierno no hacían mella en los hombres que se enfocaban a un destino mejor, pero el tiempo se lo cobraría algún día, al esforzado y joven cuerpo que no se amilanaba en pos de un objetivo.
Como hombre decidido, Liliano era un incansable trabajador, pero también tenía una vida social a través de cooperativas frutihorticolas, cooperadoras escolares, clubes deportivos, entidades sociales y peñas folclóricas.
Conocedor de la naturaleza y sus vaivenes, sugirió en su momento al APA/EPAS el lugar más adecuado donde instalar uno de los bombeos de agua más importantes, al final de la calle Anaya: “el día que no haya agua acá, será porque el rio Limay estará seco”. En una oportunidad de sumo a una reunión de funcionarios y vecinos por los inconvenientes que con las lluvias y crecidas traían los arroyos Duran y Villa María. Después de escuchar lo que los funcionarios proyectaban pidió la palabra y a sabiendas de sus vivencias del lugar sugirió en opinión contraria el cómo, cuándo y porque de sus afirmaciones con datos reales y concretos para solucionar el tema. Un funcionario le dijo: “preséntese ‘ingeniero’ y explique en que se basa para tales afirmaciones contrarias al proyecto oficial”. Y él le respondió: “Yo no soy ingeniero, soy simplemente un ‘empírico’ que ha conocido y vivido en estos lugares toda la vida y el tiempo dirá si mi idea tenía o no razón”.
Por mucho tiempo familiarmente le decíamos “el empírico”, porque la palabra nos resultaba rara en su decir, pero justa y acertada como ninguna.
Familia Rodríguez-Turienzo y ancestros
Lucinio Rodríguez nació el 13 de febrero de 1887 en Mansilla de las Mulas, provincia de León, España. Era el hijo menor de Benito Rodríguez y Nicolasa Panera. Un día de 1913 tomó la decisión de dejar atrás los afectos y su aldea para venir a la Argentina buscando un destino en este valle.
Su primer empleo fue en la construcción del Dique Contraalmirante Cordero (hoy Ingeniero Ballester) y canal de riego ideado por el Ing. Cesar Cipolletti, junto a otros inmigrantes de tantas nacionalidades. Algún tiempo después, fue carrero en la Casa Fernández, Criado y García de General Roca, tienda de Ramos Generales; distribuyendo los productos de los clientes.
Tuvo un primer matrimonio con Casilda Turrado, quien fallece junto a su hijo durante el parto. Tiempo después conoció a Manuela Turienzo, hija de Andrés Turienzo y Francisca Buerga, nacida el 27 de marzo 1891 en Quintanilla de Zomoza, también de la provincia española de León y que por entonces vivía en Cipolletti. Ella también había decidido dejar su familia y cambiar las tertulias y los famosos mantecados de Astorga por la estepa patagónica.
Así formaron una familia en la chacra de Agustín Fernández, ubicada en el límite entre Cervantes y Mainqué. Allí, todo estaba por hacerse y juntos emprendieron los cultivos propios del lugar, especialmente vid, papas y semilla de alfalfa. Del matrimonio nacieron sus hijos Pilar, Lucinio Vicente y Encarnación.
El Perfil de Encarnación
Encarnación Rodríguez, la hija menor del matrimonio, nació el 29 de febrero de 1928, y como era año bisiesto, el Juez de Paz sugirió registrarla como nacida el 28 de febrero, para que no cumpliera años cada cuatro.
Encarna, como todos la conocían, recordaba siempre a sus padres con mucho cariño. Sonaron por siempre en su memoria las alentadoras palabras con las que siempre terminaban las frases que le dirigían: “¡Andá, bonita!”. Su padre era un hombre pequeño, ágil e inquieto y muy buen bailarín de jota”, quizá esa misma jota o un pasodoble que ella llevó encendida en su alma con la idea de que “el que canta y baila, sus penas espanta”. Al sonar de un pasodoble fue acompañada a su última morada.
De su madre recordaba los sustanciosos pucheros y tortillas, sus tejidos y crochet y sus dichos bien castizos, tales como: “nunca dos riñen, si uno calla”; “por uno que vais, dos que vengáis”; “nadie las calza, que no las embarre”, “el que anda en las berzas, tarde o temprano cae en ellas”, y tantas otras que siguen vigentes, aunque.
En Cervantes confraternizaban italianos, españoles, rusos, polacos y turcos, entre otros y Encarna los describía como si fueran personajes sacados de una leyenda, a los que graciosa y respetuosamente imitaba en sus movimientos, expresiones, dichos y gestos.
Añoraba el cafecito de El Molino en General Roca, luego de ir a estudiar Corte y Confección; también echaba de menos, algo que hoy resultaría impensable, las fiestas de categoría y las romerías que se hacían en El Recreo (rutas 22 y 6) de sobrado lujo con los vestidos largos las mujeres y la elegancia de los hombres y también el chocolate espeso con masas finas. De madrugada la concurrencia se iba disipando con sus sulkys, villalongas y los primeros automóviles que prontamente Encarnación conducía hábilmente. Toda una revelación para esa época y en ese medio.
Apasionada por los bailes en Mainqué, o donde fuera, con muchos pasodobles no sabía por aquellos jóvenes años la sorpresa que depararía el destino al conocer a Liliano.
Liliano y Encarna
Cosas de juventud, un día Liliano fue en bicicleta por la pedregosa ruta 22 desde Colonia Valentina hasta Mainqué a visitar a un amigo y compañero del servicio militar. Esa noche había un baile y de entrada nomas los celestes ojos de un rubio apuesto con bigotitos, descubrió a una joven con trajecito verde. Con la primera pieza de baile vinieron las presentaciones. Ella dijo llamarse Elsa y él sabiendo su verdadero nombre le dijo: “Yo, Jorge”. Recién al finalizar el baile, vino la despedida y Liliano que era muy frontal descubrió la verdad de sus identidades y en el tiempo comenzó un idilio más epistolar que presencial.
Se unieron en matrimonio el 17 de Julio de 1948, en un día de mucha nieve y a la usanza de los tiempos se integraron a la familia Todero en Colonia Valentina en la chacra que en la tranquera tenía un pino que la Nonna Catalina le había regalado a Ángel con semillas traídas de Perteole. (ese pino aún existe -calle Viedma- y también tiene 100 años)
La modesta casa familiar quedo atrás cuando se logró el sueño de construir un hermoso chalet en medio de esa chacra de ocho hectáreas que por aquellos tiempos era un gran capital de trabajo para todos.
El espíritu inquieto de Liliano lo llevó, a comprar tierras en Campo Grande, con un dinero recibido por Encarna de la venta de la chacra de su padre en Cervantes. Allí les tocó volver a ser pioneros, otra vez a emparejar un monte virgen y plantar. Pusieron en condiciones 11 hectáreas mientras iban y venían de Colonia Valentina a Campo Grande, atendiendo las dos chacras.
Al mismo tiempo (1954) se compraron y escrituraron varias hectáreas en la costa del Limay que eran parte de La Zagala de Talero, y otra vez volver a desmontar, emparejar, plantar, mientras se luchaba con el río que por entonces no estaba regulado por las represas actuales y tan pronto te sumaba como también te llevaba una parte de la tierra con las crecidas. Fue una lucha despareja donde pujaban hombres y naturaleza.
Resuelta la sistematización de la tierra vinieron los primeros cultivos de alfalfa, maíz, papas, zapallos (“El torito de La Zagala” así fue exhibido un zapallo de 59 kgs.) y verduras en general mientras crecían los frutales ya implantados.
Otra vez se reflotó la idea de un tambo como antes, que subsistió hasta que vino la época de la pasteurización de la leche y hubo que conformar una usina láctea en General Roca para los tamberos del valle.
Luego vino el tiempo de la división familiar de esas tierras ya en producción de frutales, pero la vieja historia de los costos de producción y del recupero económico hacían que el chacarero decayera día a día en sus expectativas.
Encarna era una esposa compañera y muy dedicada al trabajo rural, al tiempo que como mujer y madre que atraía, con su amor, comprensión y permanente buen humor o con sus enormes arrollados con mucho chocolate y dulce de leche, los riquísimos strudels de manzana o las sabrosas paellas, que aprendió a hacer de los inmigrantes valencianos vecinos.
Todos la reconocieron como una mujer muy linda, valiente y decidida, que acompañó cada emprendimiento con la fuerza necesaria. Tanto haciendo y pegando ladrillos, conduciendo el tractor y demás trabajos de chacra, como participando en cuanta institución tuvo oportunidad (cooperadoras, peñas, clubes sociales) especialmente en los clubes Hogar Rural auspiciados por INTA, donde tuvo una destacada actuación capacitándose en las tareas culturales domésticas, sociales y de la chacra en general, permitiendo empoderar a las mujeres chacareras y realzando la tarea de los chacareros en general, agrupándose en pos de lograr objetivos más adecuados a las necesidades de desarrollo de un sector muy castigado. En una oportunidad participo de un concurso nacional de conservación de frutas y hortalizas, donde obtuvo el quinto premio.
Al cumplir 25 años de casados quisieron festejarlo, invitando a una gran fiesta a todos los parientes y gran cantidad de amigos. La decisión espontanea de Liliano fue atacar contra un toro viejo, que vendió e indirectamente terminó haciéndose cargo de los costos.
Cuando el paso de los años para Liliano y Encarna comenzaba a sentirse y se tornaba difícil la tarea de sostener la producción, y ni alquilando la chacra a empresas resultaba rentable, era una lucha constante evitar el avance de la gente hacia el rio, la urbanización del entorno y la inseguridad de la solitaria casa de chacra, con dos personas mayores, porque el Liliano decidido y frontal que montaba a caballo para defender lo que tanto sacrificio les había costado, tenía el espíritu que siempre mantuvo, pero ya no tenía la destreza ni la juventud de otros tiempos.
Así les tocó vivir la última etapa como chacareros y casi casualmente apareció la oportunidad de vender para los emprendimientos de los barrios cerrados La Zagala, La Peregrina y Don Liliano.
Cuando Encarna supo que ya estaba decidido que unos de los barrios se denominaría Don Liliano, expresó su contrariedad a los responsables con la misma actitud discursiva que siempre lo había hecho: “Acá siempre fuimos Liliano y Encarna para todo” y reclamó por la injusticia producida en la vorágine de los negocios que recién tuvo una reparación imponiendo su nombre a la plaza del barrio, que se inauguró recién el 8 de febrero de 2015 con la presencia de ambos, que se dirigieron a los presentes con sentidas palabras agradeciendo el homenaje en vida.
En 2007 dejaron la chacra y vivieron en Neuquén en una casa vecina a la mía, no perdiendo la costumbre de tener hermosas flores y una huerta en su entorno. Fallecieron con pocos días de diferencia: Liliano se fue serenamente el 19 de junio de 2016 (Día del Padre), y Encarna lo sobrevivió solo 28 días, ya que partió el 17 de julio de 2016, día del aniversario de bodas 68°… (“He vivido lo suficiente y mi misión en la vida ya se cumplió sobradamente”)
Pareciera que hubiera elegido para marcharse el mismo que día que se unió al hombre que amó. Los restos de ambos descansan en la tumba familiar en la paz del solitario cementerio de Cervantes, unidos como estuvieron toda la vida.
En el recuerdo vivo de su memoria, sentirán que en este lugar, hoy serán igualmente felices sus moradores.
A los lectores de esta reseña, Gracias
Héctor Carlos Todero
[email protected] (2994199401)
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